El señor de la
gasolinera.
Era por la tarde, el día nos regalaba una luz muy hermosa.
Íbamos en un Renault 4 tu madre, tus hijos, tu hermano, tú y yo. Paramos a
poner gasolina. El ambiente dentro del coche era de risas y de buen humor.
El señor de la gasolinera se acercó al coche, se quedó
mirando dentro y sonriendo. Entonces, la sonrisa de aquel hombre me hizo darme
cuenta del gozo, me hizo ser consciente de lo felices que éramos en aquel
momento.
A veces ocurren estas cosas, uno no sólo es feliz sino que
es consciente de que lo es, de cuánto lo es en ese preciso instante, de cuánto
comparte con todos y, especialmente, con los que tiene cerca. En esos momentos,
es como si uno fuera consciente de todos los momentos de su vida en que se dio cuenta, en
el instante, de lo feliz que era; como si se sumergiera en una corriente
profunda que siempre está ahí, que siempre estuvo ahí, haciéndonos partícipes
del Todo, arrastrándonos hacia delante y hacia atrás y que sólo algunas veces, por un
momento, aflora y nos permite gozarla.