martes, 11 de marzo de 2014

El señor de la gasolinera.
Era por la tarde, el día nos regalaba una luz muy hermosa. Íbamos en un Renault 4 tu madre, tus hijos, tu hermano, tú y yo. Paramos a poner gasolina. El ambiente dentro del coche era de risas y de buen humor.
El señor de la gasolinera se acercó al coche, se quedó mirando dentro y sonriendo. Entonces, la sonrisa de aquel hombre me hizo darme cuenta del gozo, me hizo ser consciente de lo felices que éramos en aquel momento.

A veces ocurren estas cosas, uno no sólo es feliz sino que es consciente de que lo es, de cuánto lo es en ese preciso instante, de cuánto comparte con todos y, especialmente, con los que tiene cerca. En esos momentos, es como si uno fuera consciente de todos los momentos de su vida en que se dio cuenta, en el instante, de lo feliz que era; como si se sumergiera en una corriente profunda que siempre está ahí, que siempre estuvo ahí, haciéndonos partícipes del Todo, arrastrándonos hacia delante y hacia atrás y que sólo algunas veces, por un momento, aflora y nos permite gozarla.