viernes, 15 de diciembre de 2023

El Iríbar, un niño raro.

A pesar de lo mucho que hablábamos en nuestras largas tardes de charla, esto que te quiero contar ahora, no te lo pude contar antes porque yo no he sido consciente de ello hasta ahora.

Y eso es que jugar de portero me salvó la infancia, salvó al niño que yo era. En el colegio y en aquellas largas tardes que teníamos en la calle, yo no era muy hábil jugando a la pelota; bueno, tampoco lo era en ningún otro juego. Entonces, apareció Iríbar y, de su mano, mi afición por la portería.

Mientras otros niños pasaban los recreos y las tardes corriendo tras el balón y chutando, las pocas veces que yo lo intenté antes de rendirme, era muy frustrante para mí no darle nunca a la pelota y, mucho mas frustrante todavía, que nadie quisiera jugar conmigo en su equipo. Esto último lo recuerdo asiciado a situaciones concretas como algo desgarrador.

Fue entonces cuando llegó la portería a mi vida. Yo me convertí en uno de los pocos niños que querían ser porteros, todos preferían la gloria de marcar goles y, aunque al principio fue por lo mal que yo jugaba con los pies, después me fue gustando cada vez más la portería, hasta llegar a disfrutar, no sólo de parar el balón, de conseguir que éste no entrara en mi portería, sino del placer de estirarme, de saltar, de desplazarme por el aire, de volar. 

Todas esas sensaciones fueron apareciendo más tarde, pero lo que sí noté desde el principio era que ya todos los niños me querían en su equipo, que yo ya tenía algo que hacer y algo de lo que hablar con lo demás niños en el recreo.

Hoy, desde este lado del cuaderno, desde la perspectiva que me dan, aquí y ahora, la tinta y el bolígrafo, es fácil poner palabras a lo que yo era entonces: un niño raro. Y a los niños raros, entonces como hoy, se los marginaba, lo pasaban mal. Pero yo conseguí jugar al fútbol, y me convertí para todos en el portero, era el Iríbar y, por lo tanto, nadie se daba cuenta de que ese portero era un niño raro; y, lo que fue más importante para mí, ya me hacían sentir uno de ellos, me hacían sentir un niño normal. 


Jesús. 

miércoles, 6 de diciembre de 2023

Guiones indispensables

 El trabajo me servía para mantenerme en pie. Los días alternos con mis hijos me servían para mantenerme en pie. 

Tener un papel que hacer, un personaje que desarrollar: el profesor que se esperaba que yo fuera, lo que yo sabía que mis compañeros esperaban de mí, aquellas cosas de padre que yo sabía que mis hijos deseaban de mí, necesitaban de mí.

El resto del tiempo, cuando yo podía decidir qué hacer con él, qué hacer conmigo, me costaba levantarme del sillón y mantenerme en pie.

Tener esos clavos a los que agarrarme, tener la suerte de poder identificarlos en el momento en que los necesité me permite poder volar hoy con las alas más fuertes, disfrutando del hermoso aire que me envuelve, que me sostiene.