Te llamaré, en cuanto llegue te llamaré. Sólo he estado una noche sin verte y no he podido dormir pensando dónde estarías, y no sé bien por qué me volvía una y otra vez la película de aquel día en que nuestros callejones se volvieron a cruzar.
Eran las diez y media de la noche cuando subí al autobús, yo iba mientras casi todos venían, mientras la ciudad iba recogiéndose, volviéndose perezosa como hacía a diario hacia esas horas.
Fue entonces, allí, junto a aquel semáforo, mientras el autobús giraba por aquella rotonda, cuando te vi. Después de tantos años volvía a encontrarte y sentí de pronto como si mi marcha del pueblo, mi llegada a la ciudad y los años que en ella llevaba con aquel andar sin rumbo, intentando distanciar al pasado, hubieran cobrado sentido. Sin saberlo, lo que había estado haciendo todo ese tiempo era buscarte.
Te perdiste entonces entre las cabezas de los pocos viajeros que me acompañaban, fui rápido a las ventanillas del otro lado y ya no estabas.
Te había visto sólo un momento y no pude identificar claramente tus rasgos, pero estaba seguro de que eras tú por el eco que habías dejado en mí. Esa sensación de no saber, de pronto, qué hacer con el tiempo, de no saber qué hacer con mis pensamientos, de no saber para qué me sirve el cuerpo si no estás tú.
Si no he podido verte bien, si no te he podido identificar por completo, sí que he reconocido sin dudarlo este vacío, este vacío absoluto que sólo he sentido en mi vida cada vez que he notado que te perdía.
Me he ido enamorando a lo largo de los años de muchas mujeres, me he ido enamorando de muchas formas, pero sólo tú me has hecho sentir dentro el hueco infinito que somos, lo blanca que está la página en la que nos vamos inventando, en la que vamos escribiendo el personaje en que nos vamos convirtiendo a fuerza de ensayarlo. Sí, así me siento yo ahora, con esa felicidad absoluta que me hace ser el mejor yo posible, con esa necesidad de encontrarte y hacerte todo lo feliz que yo soy por ti, con esa necesidad de encontrarte para, al menos, hacerte saber todo lo dichoso que me has hecho en este instante.
(Continuará ...)
viernes, 26 de diciembre de 2008
El callejón. Novela por entregas. Página 15.
He despertado y, ahora, estoy en el cementerio. Ante la tumba de mi padre me acuerdo de “El extranjero” aquel que parecía no sentir nada ante la muerte del suyo, como si la pena tan grande que tenía fuera una pena intelectual, reflexiva, pero que no ponía en marcha los mecanismos físicos de presión en el pecho, de asfixia o temblores que nos dan la certeza del sentimiento.
¿Cuándo se rompió la magia, el cordón invisible que me unía a mi padre?, ¿qué fue lo que hice?, ¿qué fue lo que me hizo?, ¿qué nos hicimos?, ¿qué fue haciendo el tiempo con nosotros?
Luchan, al verlo ahí, en mí esas imágenes suyas tan distintas que se van superponiendo, el que hacía tan feliz al niño que fui, el que nos hizo imposible la vida de adolescente a mi hermano y a mí, ése que nos contaba mamá que lloraba en la almohada, inconsolablemente mayor, su impotencia de no saber mostrarnos sus sentimientos ahora que empezábamos a ser adultos.
Y así, poco a poco, como ocurren casi siempre las cosas importantes, fue apareciendo en mi vida mi madre. Empecé a verla a ella, la que siempre estaba allí, la que siempre había estado allí, como esos camareros prudentes y atentos que siempre están atentos a ti sin que tú te des cuenta.
Me voy, me vuelvo a Madrid. La sonrisa de mi madre no consigue esconder la pena de sus ojos. Esa misma sonrisa, esa misma mirada que imagino cada vez que cuelgo el teléfono al hablar con ella los sábados por la tarde en la cabina de la esquina. Todos esos sábados que me siento un poco culpable, responsable, o causante al menos de su mirada perdida, agarrada al teléfono unos segundos todavía después del pitido que nos vuelve a separar.
Ya subido al tren, , mis pulmones se angustian por lo cerca y lo lejos que veo el aire oscuro que va quedando detrás. Como si este viaje, esta partida fuera el final de un largo primer acto, como si quedaran enterradas para siempre muchas cosas que hasta ahora yo sólo veía lejos, como entierra la noche, ahí detrás, para siempre, este día que ya nunca volverá a suceder. Recordando la tumba de mi padre hace unas horas y a mi madre cada vez más vencida, siento cómo me va alcanzando el tiempo y siento reforzados mis deseos de apurar el presente.
(Continuará ...)
¿Cuándo se rompió la magia, el cordón invisible que me unía a mi padre?, ¿qué fue lo que hice?, ¿qué fue lo que me hizo?, ¿qué nos hicimos?, ¿qué fue haciendo el tiempo con nosotros?
Luchan, al verlo ahí, en mí esas imágenes suyas tan distintas que se van superponiendo, el que hacía tan feliz al niño que fui, el que nos hizo imposible la vida de adolescente a mi hermano y a mí, ése que nos contaba mamá que lloraba en la almohada, inconsolablemente mayor, su impotencia de no saber mostrarnos sus sentimientos ahora que empezábamos a ser adultos.
Y así, poco a poco, como ocurren casi siempre las cosas importantes, fue apareciendo en mi vida mi madre. Empecé a verla a ella, la que siempre estaba allí, la que siempre había estado allí, como esos camareros prudentes y atentos que siempre están atentos a ti sin que tú te des cuenta.
Me voy, me vuelvo a Madrid. La sonrisa de mi madre no consigue esconder la pena de sus ojos. Esa misma sonrisa, esa misma mirada que imagino cada vez que cuelgo el teléfono al hablar con ella los sábados por la tarde en la cabina de la esquina. Todos esos sábados que me siento un poco culpable, responsable, o causante al menos de su mirada perdida, agarrada al teléfono unos segundos todavía después del pitido que nos vuelve a separar.
Ya subido al tren, , mis pulmones se angustian por lo cerca y lo lejos que veo el aire oscuro que va quedando detrás. Como si este viaje, esta partida fuera el final de un largo primer acto, como si quedaran enterradas para siempre muchas cosas que hasta ahora yo sólo veía lejos, como entierra la noche, ahí detrás, para siempre, este día que ya nunca volverá a suceder. Recordando la tumba de mi padre hace unas horas y a mi madre cada vez más vencida, siento cómo me va alcanzando el tiempo y siento reforzados mis deseos de apurar el presente.
(Continuará ...)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)