viernes, 26 de diciembre de 2008

El callejón. Novela por entregas. Página 15.

He despertado y, ahora, estoy en el cementerio. Ante la tumba de mi padre me acuerdo de “El extranjero” aquel que parecía no sentir nada ante la muerte del suyo, como si la pena tan grande que tenía fuera una pena intelectual, reflexiva, pero que no ponía en marcha los mecanismos físicos de presión en el pecho, de asfixia o temblores que nos dan la certeza del sentimiento.
¿Cuándo se rompió la magia, el cordón invisible que me unía a mi padre?, ¿qué fue lo que hice?, ¿qué fue lo que me hizo?, ¿qué nos hicimos?, ¿qué fue haciendo el tiempo con nosotros?
Luchan, al verlo ahí, en mí esas imágenes suyas tan distintas que se van superponiendo, el que hacía tan feliz al niño que fui, el que nos hizo imposible la vida de adolescente a mi hermano y a mí, ése que nos contaba mamá que lloraba en la almohada, inconsolablemente mayor, su impotencia de no saber mostrarnos sus sentimientos ahora que empezábamos a ser adultos.
Y así, poco a poco, como ocurren casi siempre las cosas importantes, fue apareciendo en mi vida mi madre. Empecé a verla a ella, la que siempre estaba allí, la que siempre había estado allí, como esos camareros prudentes y atentos que siempre están atentos a ti sin que tú te des cuenta.
Me voy, me vuelvo a Madrid. La sonrisa de mi madre no consigue esconder la pena de sus ojos. Esa misma sonrisa, esa misma mirada que imagino cada vez que cuelgo el teléfono al hablar con ella los sábados por la tarde en la cabina de la esquina. Todos esos sábados que me siento un poco culpable, responsable, o causante al menos de su mirada perdida, agarrada al teléfono unos segundos todavía después del pitido que nos vuelve a separar.
Ya subido al tren, , mis pulmones se angustian por lo cerca y lo lejos que veo el aire oscuro que va quedando detrás. Como si este viaje, esta partida fuera el final de un largo primer acto, como si quedaran enterradas para siempre muchas cosas que hasta ahora yo sólo veía lejos, como entierra la noche, ahí detrás, para siempre, este día que ya nunca volverá a suceder. Recordando la tumba de mi padre hace unas horas y a mi madre cada vez más vencida, siento cómo me va alcanzando el tiempo y siento reforzados mis deseos de apurar el presente.

(Continuará ...)

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