Procuraba no perder,
sujetándole las nalgas, el control de su cuerpo que se balanceaba, tan delgado
ahora.
Como todos los días
después de comer, presionarle rítmicamente las nalgas; primero una, después la
otra, le ayudaba tanto en el cuarto de baño…
Me miraba con esa mezcla
de ausencia y agradecimiento que se le había ido instalando en sus ojos según lo
había ido abandonando la vida.
Al principio lo sentía
como una profanación de su cuerpo, como si aprovechara su inconsciencia para
hacerle algo que él no hubiera aceptado nunca.
Pero, poco a poco, nos habíamos ido
acostumbrando a eso los dos o, quizás, sólo fuera que en esa inversión que había sufrido el tiempo en él; ahora, ya, los dos lo sentíamos como un niño.
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