Acabo de despertar de un sueño muy hermoso, tan hermoso que
lo escribo sin lavarme siquiera la cara, para que no se pierda ni uno solo de
sus detalles.
Era un sueño en el que a veces las palabras que se decían no
se oían, se leían. No eran palabras escritas, sino dichas; pero que no se oían,
se leían. Se leían como en el aire, como en páginas de aire, no en páginas
transparentes; sino de aire.
Y la intención con que eran dichas y un cierto mensaje
secreto, una especie de anuncio que a veces llevaban, aparecía en el color de
la letra. Según el color con el que se leía cada palabra, la intención con que
fue dicha, el anuncio que traía eran distintos.
A veces, esas palabras leídas en el aire despertaban en mí un efecto muy especial,
tan especial que quería confirmarlo o volver a disfrutar de él; entonces, esas palabras
que me lo provocaron podían ser releídas; pero, al releerlas, la sensación era
tan intensa que sólo era necesario verlas un instante, como de pasada, para
sentirme lleno de ellas. Y las repasaba deslizando mi dedo por la esquina superior
de las páginas de aire, de las páginas que eran el aire, como hacemos cuando
buscamos algo rápidamente en un libro. En ese momento, al releer la palabra, la
sensación que me invadía era de una paz infinita, de una paz tal que todo
cobraba sentido.
Había palabras que no veía todo el mundo, que eran dichas para
ser leídas sólo por algunos. Otras veces, era el color de la palabra el que no
era el mismo para todos. Lo descubrí en una ocasión estando con mi hija. Ella y
yo leíamos algo que nos habían dicho y, por la expresión de mi cara, se dio
cuenta de que yo veía rojas las letras de algunas de aquellas palabras.
-A que estás
viendo rojas estas palabras –me dijo.
-Claro, ¿tú no
las ves rojas?
Ella me respondió que no. Fue en ese momento en el que me di
cuenta de que no todos percibíamos el mismo color, la misma intención, el mismo
anuncio, en las mismas palabras.
Después descubrimos que esto último
también ocurría cuando leíamos algo en un periódico o en algún libro; que en
ellos, a veces, también había palabras que cada uno veía de un determinado color.
Pero en el caso de los periódicos y, sobre todo, de los libros; el color de la
letra nos traía la esencia de la idea, de la sensación, del sentimiento, que
venían sin el corsé de la letra. La intuición que nos aportaba el color
desbordaba a la palabra y nos envolvía por completo, como si el nombre no fuera
más que el frasco y el color fuera ese perfume que lo desborda y nos llena,
pleno de evocaciones. En esos casos tan especiales, la palabra, que apenas era
necesario ver, ya no era percibida por nuestra mente; sino por todo nuestro
ser.
Así he despertado hoy, con esa sensación de plenitud que me
produjo el sueño, como si todo él fuera un anuncio, un anuncio de que todo
tenía sentido, de que todas esas cosas aparentemente caóticas que me han ido
sucediendo a lo largo de los años, tenían sentido; de que todas esas cosas que
están por venir y que, en muchos casos, seguramente, no entenderé por qué
ocurren mientras me estén sucediendo, tendrán sentido.
Como si todo él fuera un anuncio de que todo lo que ocurre tiene
sentido, aunque ese sentido no sea el mismo para todos, aunque ese sentido no
deba ser el mismo para todos.
Jesús.
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