miércoles, 8 de abril de 2015

ESCRITO EN EL AIRE

Acabo de despertar de un sueño muy hermoso, tan hermoso que lo escribo sin lavarme siquiera la cara, para que no se pierda ni uno solo de sus detalles.
Era un sueño en el que a veces las palabras que se decían no se oían, se leían. No eran palabras escritas, sino dichas; pero que no se oían, se leían. Se leían como en el aire, como en páginas de aire, no en páginas transparentes; sino de aire.
Y la intención con que eran dichas y un cierto mensaje secreto, una especie de anuncio que a veces llevaban, aparecía en el color de la letra. Según el color con el que se leía cada palabra, la intención con que fue dicha, el anuncio que traía eran distintos.
A veces, esas palabras leídas en el aire despertaban en mí un efecto muy especial, tan especial que quería confirmarlo o volver a disfrutar de él; entonces, esas palabras que me lo provocaron podían ser releídas; pero, al releerlas, la sensación era tan intensa que sólo era necesario verlas un instante, como de pasada, para sentirme lleno de ellas. Y las repasaba deslizando mi dedo por la esquina superior de las páginas de aire, de las páginas que eran el aire, como hacemos cuando buscamos algo rápidamente en un libro. En ese momento, al releer la palabra, la sensación que me invadía era de una paz infinita, de una paz tal que todo cobraba sentido.
Había palabras que no veía todo el mundo, que eran dichas para ser leídas sólo por algunos. Otras veces, era el color de la palabra el que no era el mismo para todos. Lo descubrí en una ocasión estando con mi hija. Ella y yo leíamos algo que nos habían dicho y, por la expresión de mi cara, se dio cuenta de que yo veía rojas las letras de algunas de aquellas palabras.
-A que estás viendo rojas estas palabras –me dijo.
-Claro, ¿tú no las ves rojas?
Ella me respondió que no. Fue en ese momento en el que me di cuenta de que no todos percibíamos el mismo color, la misma intención, el mismo anuncio, en las mismas palabras.
Después descubrimos que esto último también ocurría cuando leíamos algo en un periódico o en algún libro; que en ellos, a veces, también había palabras que cada uno veía de un determinado color. Pero en el caso de los periódicos y, sobre todo, de los libros; el color de la letra nos traía la esencia de la idea, de la sensación, del sentimiento, que venían sin el corsé de la letra. La intuición que nos aportaba el color desbordaba a la palabra y nos envolvía por completo, como si el nombre no fuera más que el frasco y el color fuera ese perfume que lo desborda y nos llena, pleno de evocaciones. En esos casos tan especiales, la palabra, que apenas era necesario ver, ya no era percibida por nuestra mente; sino por todo nuestro ser.
Así he despertado hoy, con esa sensación de plenitud que me produjo el sueño, como si todo él fuera un anuncio, un anuncio de que todo tenía sentido, de que todas esas cosas aparentemente caóticas que me han ido sucediendo a lo largo de los años, tenían sentido; de que todas esas cosas que están por venir y que, en muchos casos, seguramente, no entenderé por qué ocurren mientras me estén sucediendo, tendrán sentido.
Como si todo él fuera un anuncio de que todo lo que ocurre tiene sentido, aunque ese sentido no sea el mismo para todos, aunque ese sentido no deba ser el mismo para todos.

Jesús.

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