miércoles, 22 de febrero de 2023

Mi hijo se cae

 

MI HIJO SE CAE.

 

Voy paseando solo por un camino que va entre trigales y veo en el recuerdo a mi hijo que viene corriendo a mi lado y se cae. Tiene seis años, seis luminosos años que han estado brillando en su risa toda esta mañana que hemos disfrutado en el campo, en un campo que el tiempo ha dejado en mi memoria como uno de esos fondos permanentes sobre los que ocurren todas las cosas que van llegando después.

Se cae y me enseña llorando sus manos y sus rodillas ligeramente ensangrentadas. Me las enseña con esa cara de pena que contiene el llanto con la que los niños se resisten a que el llanto ponga fin al disfrute del momento.

Esta vez no me funcionan como remedio los besos ni la salivita untada con mimo para limpiar sus heridas. Se me ocurre en ese momento un conjuro mágico que las curará de golpe: -Si eres capaz de correr con todas tus ganas hasta ese árbol de ahí, te dejará de doler todo.

Entonces, se le abren los ojos inmensos por el descubrimiento. –Ponte allí, en el árbol-me dice. Y corre con toda la velocidad de que son capaces sus piernecitas.

Cuando llega, se abraza a mis rodillas y mira hacia arriba con una sonrisa que casi le borra la mueca de dolor. –Ya no me duele, papi. Vamos a coger otra vez la bici.

Y, si no fuera muy cursi, diría que a mí se me escapa una sonrisa que me eriza el vello de todo el cuerpo.

He intentado hacer un poema con este recuerdo, pero mis versos encerraban la vitalidad de mi niño y no eran capaces de seguir sus carreras, sus abrazos. En prosa, sin embargo, sí he conseguido que vuelva a mirarme hacia arriba con esa alegría con que llenó aquel día todo mi espacio hasta el cielo.

Jesús.

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