Salgo este domingo por la mañana y me alegra disfrutar del sol tibio que empieza a calentar por La Plazuela, después de misa.
Me alegra ir al fútbol, a ver el Alcalá, que juega hoy a las 11 en la Avenida Santa Lucía. Avanzar hacia el estadio entre la gente, sentir la alegría compartida de todos, la alegría ilusionada que hace mirarse a todos con complicidad, con la esperanza de que hoy ganará el Alcalá. El olor del césped reciéncortado, reciénregado. Los sonidos del estadio: aquí no hay cánticos como en primera división, pero sí se jalean las alineaciones, se aplaude al salir los jugadores, se aplaude al acercarse el equipo al área rival, se grita en los goles.
Hay alguna banderita, pero son pocas y no hay bufandas ni pancartas. Si te fijas bien, en la ropa de los aficionados, sobre todo en la de los que no van a tribuna, se nota mucho que no estás en la capital, que el partido es de regional. A veces, me llama la atención un grito insultando al árbitro desde la grada y cómo ese grito es seguido, es coreado por la masa. Como somos menos que en un gran estadio, se puede apreciar la cara roja del que inició esta parte de la función... y en su cara, como en su ropa, a veces, también se nota que el partido es de regional.Vuelvo del partido a casa disfrutando de este brillo especial que da a la calle el sol del domingo a eso de la una o la una y media, cuando la gente sale a los bares a almorzar o a tomarse una cerveza antes del almuerzo en casa. Son fragmentos en color y con música de fondo que se cuelan en una semana en blanco y negro con letanías de fondo.
Voy entre gente que va disfrutando de este mismo encantamiento que ejerce sobre nosotros este momento mágico de la semana, quizás porque pronto llegará la tarde del domingo y ya sólo nos quedará el consuelo de los goles de carrusel para atenuar el regusto un tanto amargo del final del domingo. Pero noto cómo he perdido la inocencia de otros tiempos, la inocencia del niño que se entregaba a los placeres del momento completamente, sin observarlos desde fuera, del niño que disfrutaba de todo lo embriagador del domingo por la mañana y a medio día, que notaba cómo le iba subiendo por las piernas, desde los pies, por el estómago hasta la garganta, esa punzada del final del domingo. Es hermoso volver a sentir todo esto, pero echo de menos aquella intensidad y siento que esta emoción que ahora me embarga es una impostora, es algo así como el eco del eco del eco de aquella auténtica emoción que sentía el niño que yo era.
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