Anoche tenía sueño
y me eché a dormir mecido por tus palabras
que salían del teléfono para acariciar mi oído, para acariciarme.
Fui entrando despacio, suave, dulcemente,
en una especie de nube que lo fue envolviendo todo
poco a poco.
Las gaviotas me miraban desde la pared
y salieron de sus marcos para acompañar mi sueño,
que no era el mío, que era el nuestro.
Entre sueños te sentía tendida en nuestra cama,
tendida a todo lo largo de nuestra cama,
sonriendo desde ese espacio un tanto distante
en que te sientes tan cómoda,
tan protegida tras de tus ojos, a salvo de todo,
observadora, expectante.
Sonreíamos y nos acariciábamos
mirando, alternativamente,
el vuelo de las gaviotas, el vuelo de nuestras manos.
Después, desperté,
desperté con esa sensación de plenitud que da la belleza,
la belleza del vuelo compartido, del amor soñado tan vivido.
Jesús.
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