Pasa junto a mí
Antonio con su bicicleta.
Se me queda mirando
como a cámara lenta.
Me mira con serenidad, sonriendo,
con esa serenidad con que sólo miran los muertos.
No supe decírselo antes.
No importa, me dicen sus ojos:
tú no lo sabías, pero yo siempre lo supe.
Compartimos en este instante, en esta mirada,
aquella redacción, toda mi vida,
aquella redacción en la que empezó todo.
Me mira con esa sonrisilla burlona
en la que nada es serio,
en la que todo es trascendente.
Vuelve en bicicleta Antonio,
que se fue para siempre hace ya tanto
y me mira a cámara lenta,
con esa sonrisilla burlona,
con esa serenidad
con que sólo miran los muertos.
Jesús.
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