viernes, 11 de enero de 2008

El Callejón. Novela por entregas. Página 7.

En el otro extremo de la calle, tras esa puerta desvencijada y oradada, en esa habitación hundida, está el Maestro Música, mi zapatero. La zapatería la recuerdo en silencio, en silencio y a oscuras, como un templo. La zapatería era una habitación muy pequeña a la que se llegaba directamente desde la calle bajando unos escalones. Y allí abajo, entre montones ordenados de zapatos, sentado con su delantal azul está el maestro.

Siempre me produce una curiosa sensación verlo allí abajo, desde la luz, desde mi juventud, ese hombre al que yo admiro tanto, en ese pozo de oscuridad. Y se mezclan en mí, al verlo, la melancolía y la incapacidad de comprender cómo alguien así no ha conseguido ser más que zapatero, zapatero en este agujero al que sólo su presencia le da vida.

De su boca van saliendo palabras que yo jamás había oído: melómano, percusión, instrumento de viento. -El piano es un instrumento de cuerda, aunque te parezca mentira, porque cuando tú tocas una tecla, un martillito golpea una cuerda y la hace sonar.
Fue al Maestro Música al primero que le oí nombrar a Bach y a Mózart, el que me contó lo importante que era la labor del director de la orquesta.

Nunca he sido un gran aficionado a la música y, sin embargo, sigo oyendo en mi mnemoria extasiado la voz del maestro durante horas que me parecen minutos, con el mismo sobrecogimiento, la misma concentración, la emoción con que me embobaba oyéndolo mientras lo veía trabajar. Nunca he sido un gran aficionado a la música, no; ni me ha interesado la zapatería, pero creo que ya intuía entonces, oyendo al Maestro y viéndolo trabajar que me iba a entusiasmar todo lo que estuviera bien hecho, bien contado, todo aquello que tuviera la vida, la tranquila pasión y la humanidad que rebosaban las palabras de este hombre. Él no tenía ese tono expansivo, ese ritmo narrativo de Manolo, esa capacidad de revivir las historias. Él era pequeño y menudo, aún más pequeño y más menudo con esa forma de silla que adquiría sobre su taburete, con la cabeza siempre gacha, mirando el trabajo mientras hablaba por esos ojillos pequeños. El Maestro, lo era en el tono íntimo, en el amor que te daba con todo lo que te contaba, en el lirismo sencillo y tosco de ese hilo de voz aflautado que salía de su pequeña humanidad.

(Continuará ...)

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