martes, 20 de enero de 2009

El Callejón. Novela por entregas. Página 17.

Desde aquella noche, volví todos los días a la misma hora a aquel semáforo, pero tú no estabas. Desde aquel día en que te vi, en que estaba seguro de que te había visto, o, al menos, quería, deseaba estar seguro de ello. Desde aquel día, iba por todos lados buscándote, esperaba encontrarte a la salida de la panadería, en la tienda de periódicos, entre la marea de cabezas que me rodeaba a algunas horas en la calle; temía que hubieses estado un momento antes que yo o que aparecieras poco después de que yo me fuera, deseaba y temía que fueras en ese autobús que se cruzaba conmigo y se alejaba ...
Y te encontré, como suele ocurrir, en el momento en que menos lo esperaba. Salía yo de pelarme, de una de esas pocas barberías que conservan este nombre y no han sucumbido a las cúrsiles tentaciones de modernidad de los tiempos que corren. Allí, mientras sacudía en el cuello de la camisa los picores del pelo recién cortado, pasaste a mi vera, sin reparar en mí. Tuve que llamarte varias veces hasta conseguir que me oyeras, que me saliera la voz del cuerpo:
-¡María!
Y te volviste, incrédula, tú también:
-¿Pero qué haces tú aquí?
Llevabas puesto el mismo vestido del día que te vi en el semáforo, ese vestido largo y suelto, con colores y motivos que me recordaban algo exótico, esos mundos naturales que uno aún imagina en otros lugares, en África, en Hispanoamérica, esos mundos que, como ocurre con tantas otras cosas, echamos tanto de menos sin haberlos tenido nunca. Tal vez por eso, porque siempre representaste para mí la naturalidad, la facilidad con que ocurrían todas las cosas, porque te recuerdo siempre con la cara lavada, sin maquillaje, y me vuelve a sorprender, como aquel día el verte hoy los ojos maquillados de morado, con ese color que tanto te gustó siempre, estorbando en tu hermosa cara. Sí, por eso me parece que te favorece tanto este vestido. Todas estas ideas se atropellan en mi mente mientras te veo durante un instante, sólo un instante congelado en el que vuelve a pasar toda la película de nuestras vidas, y el aire vuelve a tener esa luz que hace siglos que no tiene, ese sabor y ese olor; esa temperatura, esa densidad que me acaricia y me tensa suavemente toda la piel, todos los órganos, todo mi cuerpo por dentro.
- Ya ves, trabajando.
Volvían a tambalearse las palabras en mi boca antes de salir como la última vez que te vi. Volvía a sentir esa mezcla de temor y deseo de encontrarte, esos nervios adolescentes que yo ya creía perdidos para siempre.
Sin encontrar bien el tono, entre seco y bobo acerté a preguntarte:
-¿Y tú? Llevaba mucho tiempo sin verte.
- Pues trabajando también. ¿No sabías que yo vivía aquí?
- Sí –le respondí.
- ¿Entonces?...

Y nos echamos a reír en una risa que pronto se hizo una sola y nos envolvió.
Hablabas con esa desenvoltura con que siempre lo hiciste, haciendo que lo que decías fuera lo que evidentemente había que decir, que sonrieras cuando eso era lo único que cabía hacer, que callaras cuando no había nada que decir. Y esa facilidad hacía que me serenara en cuanto cruzábamos dos o tres frases, como siempre había ocurrido.

(Continuará ...)

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