Hoy ha sido uno de esos pocos días en los que la luz ha conseguido tener ese suave esplendor que le corresponde a cada hora.
El sol va declinando ya y se resiste a irse, pero se resiste sin el dramatismo de esos atardeceres refulgentes del verano. Se va, ralentizando su caída cuanto puede, llenando el cielo con un último reflejo, con un penúltimo destello.
Hoy ha sido uno de esos pocos días en los que la calidez de la luz ha ido modelando el paso de la gente, el gesto de la gente; en que la calidez de la luz ha ido modelando el ritmo con el que el aire tibio entraba y salía en el cuerpo de la gente.
Hoy ha sido uno de esos pocos días en los que la belleza de la luz nos impulsaba a todos a llenarla con cosas hermosas, con pensamientos hermosos; como si no encajara en ella, hoy, nada que no lo fuera.
Por fin, el sol se ha ido totalmente, dejando prendida una pequeña mecha blanca que mantiene, en la calidez del aire, este rescoldo, esta rara plenitud suave que corresponde a esta hora.
Jesús.
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