Fue un hermoso sueño. Estábamos en la azotea, asomados a la calle. Era de madrugada. La luz de una lluvia suave, sanadora, nos bañaba. Abajo, nos saludaban, se despedían sonriendo de nosotros, calle abajo, amigos y familiares, antiguos deudos, viejos acreedores de nuestros errores y sus faltas.
En aquel cruce de saludos y sonrisas era un clamor silencioso el perdón mutuo, pedido y otorgado por todos, y el agradecimiento por lo mucho que, a pesar de todo, nos hemos entregado en estos años.
Ha sido sanador el sueño, cuánta ligereza al despertar.
Y es que sí, pido perdón por mis deudas, perdono a mis deudores y agradezco a la vida que me haya regalado su presencia.
Jesús.
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