lunes, 5 de octubre de 2009

El Callejón. Novela por entregas. Página 27 y última.

Mientras desayuno me viene a la memoria un sueño que, de niño, tuve a diario durante años: jugaba yo con un coche de pedales y, cuando intuía el despertar, lo abrazaba con todas mis fuerzas para llevarlo conmigo al otro lado del lago. Lo intenté noche a noche, día a día, hasta que dejé de creer en el mundo de los sueños. Hoy vuelvo a hacerlo contigo, vuelvo a esperar ansioso cada noche, cada sueño, el despertar que te entregue a mis brazos aquí, al otro lado del callejón.
Ahora, recojo mis cosas, salgo del apartamento despacio y cierro la puerta con esa sensación de impotencia con que despertaba yo de aquel sueño del cochecito; con esa sensación de no saber si la noche siguiente volvería a asistir a la cita el cochecito, con la impresión de que el día no era sino un trámite, una espera insoportable hasta la llegada de los sueños.

(FIN)

El Callejón. Novela por entregas. Página 26.

He despertado. Como cada día, sentado en la cama, el aliento me llega del estómago caliente y salado. Tengo sed. Veo cómo tu cuerpo se extiende de espaldas a lo largo de la cama desnudo y me pregunto por qué no puedo tenerte, por qué no he podido tener a ninguna mujer. Te veo aquí a mi lado y busco por todos los rincones de mi mente como loco, con prisa, desesperado, la frase, la palabra, la idea, el gesto que necesitas, que pueda hacer que te quedes a este lado del callejón para siempre. Nunca he entendido el juego del amor, la farsa de la seducción y mis complejos y mis trabas ahogaron con mi yo el amor que quise darte a ti y a algunas otras, que no sé si en el fondo sois la misma.
Necesito que entiendas lo que siento por ti. Y pienso, y esa idea me angustia, si alguien podrá sentir algo parecido por mí alguna vez.
Me cuesta vencer esta apatía hecha de sueño e inapetencia que me hace pesado y amorfo, que no me deja levantarme a beber.
El agua ha sofocado mis demonios, ha devuelto la amargura hacia el estómago y me ha dado tregua para seguir esperando que te quedes, que algún día te quedes voluntariamente tendida a lo largo de mi cama. Cuando el frescor de la sábana sacude mi atención erizándome la nuca. Te vuelves dormida hacia mí abriéndome el todo entre tus brazos y tus piernas, entre tus pechos redondos, entre tus labios que parecen suplicar o quejarse, con los ojos cerrados y el olor íntimo de tu cuerpo que se concentra con sabor a mar en mi boca.
El sueño va volviendo y con él todo se va difuminando, se van haciendo blandas las aristas de la luz, se va fundiendo todo hasta no quedar otra cosa que tú, y me apodero finalmente de ti soñándote. De nuevo el sueño, el lugar seguro del que un día no sé si querré volver.
Sigo abrazando tu cuerpo y, un día más, la luz de la mañana me saca, incontestable, del refugio del deseo, de la magia de la irrealidad moldeada en el vacío de nuestras carencias, y sólo encuentro entre mis brazos la forma tibia y húmeda del aire envuelto por las sábanas.
Me asomo al balcón y veo cómo la primera luz se espesa en el aire haciéndolo ronco y soñoliento. A estas horas en que sonambulean los primeros pobladores, como cada día, hacia el fondo aún oscuro del callejón, se van fundiendo tus formas hasta perderte. Algunas ventanas se van abriendo sobre el muro rojo, y éste resbala entre el vaho y la escarcha del cristal que gotea.
Una ráfaga de aire entra, suenan los colgantes de la lamparilla. Al lado, el dinero suelto sobre la mesa termina de despertarme. Tampoco hoy quisiste coger propina.

(Continuará ...

El Callejón. Novela por entregas. Página 25.

Arriba, ya en el apartamento, mis manos buscan el calor dulce de tus pechos, mi pecho cubre lentamente tu espalda, mis piernas juegan a trenzarse con las tuyas, mi boca abre caminos con su aliento enamorado entre tus muslos, y, luego, mi sexo se mece, rítmico, en el centro del tuyo. Me mezo dentro de ti lenta, muy lentamente, y nuestro aliento se va fundiendo con el sopor que nos invade y el aire se hace denso y blando y cabalgamos por la bruma y rodamos por la hierba fresca hasta la orilla del mar, donde una hermosa vaca grande y rosa nos lame protectora la espalda. Y tú me acaricias el pelo húmedo, los labios entornados; me hundes aún más dentro de ti, y pasas rodando entre mis manos las caderas y tus muslos. Y la vaca, en un postrer lamido infinito, nos funde en luciente magma de cristal negro.
Recién duchados por la dicha dorada del sol, nuestras manos van latiendo juntas y el aire puro penetra nuestros ojos cerrados en una sonrisa vuelta al cielo mientras en la calle la gente se abanica abriéndose al paso del vuelo de tu bata blanca, donde vuelo yo. Y en una ancha avenida etérea, subimos los dos buscando el infinito.
La alegría del aire se hace rumor agudo en la boca juguetona de un niño que responde a las caricias de nuestras manos sobre su cuerpo, que agita la luz con su bullicioso batir de alas.
Y voy bajando como si el cielo me fallase un poco más a cada paso, y cada paso me hundiera un poco más y mis manos no pudieran ya tocarte.
Y el niño se nos cae de entre los brazos y flota en el aire hacia delante, fuera ya de mi alcance y el tuyo; y tú nos miras sonriente y sigues tu camino sin pausa hacia lo alto.
Y mis piernas no consiguen avanzar en aquel aire tan espeso de la altura, y mis pies no consiguen sujetarse ni impulsarme. E intento un grito que apenas sale, en una disociación insoportable entre mi mente y mi cuerpo.
Y voy cayendo y cayendo y siento que entre mis brazos abiertos me cabe el cosmos, mientras los gritos que no salen machacan a golpes mis sienes.

Continuará (...)

El Callejón. Novela por entregas. Página 24.

La luz de la luna se escarcha en el aire haciéndolo transparente y punzante. Ya estoy de vuelta, ya he bajado del tren y te he llamado otra vez, ya te estoy esperando como todos los días desde aquél.
A estas horas de la noche, la calle sólo se deja transitar por algunos coches que giran temerosos por la esquina del mercado. Todas las ventanas están cerradas sobre el muro rojo, corrido, que nos encierra hacia lo alto.
Como cada noche, desde el fondo oscuro del callejón, renaces poco a poco, hiriendo tus formas, suave, cada poro de mi piel cuando se van precisando hasta alcanzarme.
Como el primer día, mi beso espera nervioso producir alguna respuesta al posarse despacio en tus labios, aunque ahora sean comprados.
He estado esperando todo el día, los dos últimos días, este momento. Me ha acompañado, como lo hace siempre, la incógnita angustiosa de no saber dónde estabas, qué hacías, qué pensabas, de no saber qué hay detrás de ese callejón que te devuelve siempre a esta hora a mi vida.
Recuerdo que de niño me angustiaba también no saber qué había detrás de la pantalla de la tele, de la pantalla del cine; qué hacían esas actrices con las que, a pesar de la barrera que nos separaba como la Estigia, compartiría maravillosas aventuras de amor en cuanto el tiempo y el destino decidieran que era el momento: el camino del colegio, el autobús de la ciudad, las vacaciones en el pueblo de la prima francesa de Joaquín, un coche nuevo en la calle, ...; todo me hacía estar bien atento porque cualquier cosa podía ser el puente que los hados ponían entre ellas y yo. Y, en efecto, lo pusieron, pusieron un puente entre nosotros cada día, cada noche, antes de que me sorprendiera el sueño. Ellas y yo hablábamos de nuestras cosas y nos acariciábamos entre los sudores que hacían perder la virginidad a mis sábanas; cada larga tarde de siesta en aquellos veranos sin clase en que oíamos juntos las novelas de la radio, aunque sólo yo estuviera allí, solo.

(Continuará ...)

El Callejón. Novela por entregas. Página 23.

Como aquel día en que al salir de las revueltas de aquella calle tan estrecha de la que no recuerdo nunca el nombre te volví a encontrar. Cuántas veces habría pasado yo por allí y tú habrías cruzado un instante antes de que yo saliera de ese laberinto, como podría haber ocurrido aquel día en que nuestros callejones se encontraron, quizás sólo porque me entretuve en cortar y en ir oliendo una hoja de naranjo.
Y te vi, junto al semáforo, salir de un portal y subir a un taxi. Me quedé paralizado, di unos pasos torpes como queriendo alcanzar el coche en un intento, no ya inútil, sino absurdo. Pasaron por mi cabeza, en un instante, mil ideas, mil posibilidades, como pasan por los ojos de una máquina tragaperras que se hubiera vuelto loca.
Ver cómo la noche te llevaba por otra callejuela estrecha y virada en aquel taxi me devolvió a la realidad. En ese momento, crucé la calle y te busqué sin éxito en todos los buzones de aquella lujosa torre de viviendas. El día siguiente localicé el teléfono de algunos de aquellos vecinos y con mil excusas intenté descubrir el eslabón que te unía con alguno de ellos... Y lo encontré. Era un señor con una voz muy serena: - ¿hubo algún problema con la tarjeta de crédito?, ... , - me alegro, ... , - me da igual cómo se llame, mándemela otra vez esta noche... Y colgué, claro, colgué mis esperanzas, colgué mi vida entera con aquel auricular maldito que me había ayudado a atar todos esos cabos sueltos que había y que yo me resistía a unir de la forma que, desde el principio, seguramente, fue la más razonable.

(Continuará ...)