lunes, 5 de octubre de 2009

El Callejón. Novela por entregas. Página 26.

He despertado. Como cada día, sentado en la cama, el aliento me llega del estómago caliente y salado. Tengo sed. Veo cómo tu cuerpo se extiende de espaldas a lo largo de la cama desnudo y me pregunto por qué no puedo tenerte, por qué no he podido tener a ninguna mujer. Te veo aquí a mi lado y busco por todos los rincones de mi mente como loco, con prisa, desesperado, la frase, la palabra, la idea, el gesto que necesitas, que pueda hacer que te quedes a este lado del callejón para siempre. Nunca he entendido el juego del amor, la farsa de la seducción y mis complejos y mis trabas ahogaron con mi yo el amor que quise darte a ti y a algunas otras, que no sé si en el fondo sois la misma.
Necesito que entiendas lo que siento por ti. Y pienso, y esa idea me angustia, si alguien podrá sentir algo parecido por mí alguna vez.
Me cuesta vencer esta apatía hecha de sueño e inapetencia que me hace pesado y amorfo, que no me deja levantarme a beber.
El agua ha sofocado mis demonios, ha devuelto la amargura hacia el estómago y me ha dado tregua para seguir esperando que te quedes, que algún día te quedes voluntariamente tendida a lo largo de mi cama. Cuando el frescor de la sábana sacude mi atención erizándome la nuca. Te vuelves dormida hacia mí abriéndome el todo entre tus brazos y tus piernas, entre tus pechos redondos, entre tus labios que parecen suplicar o quejarse, con los ojos cerrados y el olor íntimo de tu cuerpo que se concentra con sabor a mar en mi boca.
El sueño va volviendo y con él todo se va difuminando, se van haciendo blandas las aristas de la luz, se va fundiendo todo hasta no quedar otra cosa que tú, y me apodero finalmente de ti soñándote. De nuevo el sueño, el lugar seguro del que un día no sé si querré volver.
Sigo abrazando tu cuerpo y, un día más, la luz de la mañana me saca, incontestable, del refugio del deseo, de la magia de la irrealidad moldeada en el vacío de nuestras carencias, y sólo encuentro entre mis brazos la forma tibia y húmeda del aire envuelto por las sábanas.
Me asomo al balcón y veo cómo la primera luz se espesa en el aire haciéndolo ronco y soñoliento. A estas horas en que sonambulean los primeros pobladores, como cada día, hacia el fondo aún oscuro del callejón, se van fundiendo tus formas hasta perderte. Algunas ventanas se van abriendo sobre el muro rojo, y éste resbala entre el vaho y la escarcha del cristal que gotea.
Una ráfaga de aire entra, suenan los colgantes de la lamparilla. Al lado, el dinero suelto sobre la mesa termina de despertarme. Tampoco hoy quisiste coger propina.

(Continuará ...

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