martes, 25 de noviembre de 2014

Tercer día. 8 de agosto de 2013. Lourenzá.


Hoy he hecho la primera etapa de este peregrinar.
Me levanté a las cinco y media de la mañana. Desayuné rápido me aseé y al poco tiempo estaba ya en el camino.
Fue hermoso ver el despertar de un pueblo que no conocía, ver cómo los primeros rayos de luz jugaban con el agua meciéndola junto al viento, ver cómo gente que no conozco, que no he visto nunca van abriendo las persianas del nuevo día en este pueblo lejano de una forma tan parecida y tan distinta a como ocurre cerca de casa cada mañana.
Todos aquellos a los que pregunté fueron muy amables en sus indicaciones.
Y despertando yo a  la vez que el día me fui internando en el camino: primero un convento, luego un hórreo, algunas casas antiguas –muy antiguas- de campo y, poco a poco, el bosque: grandioso y, sin embargo, acogedor, subiendo con todo su silencio hacia arriba (¡cuántos surtidores de sombra y sueño ascendían envueltos en su verdor para refrescar el cielo!). El suelo, tapizado de helechos, los animales se movían con la tranquilidad de saber que el campo era todo para ellos.
Se hacía difícil no parar a cada paso a disfrutar de todo ese derroche de belleza y bienestar que se nos ponía a nuestro alcance.
Desde el principio, me fui cruzando con caminantes que iban solos: un chico de barba rubia que me recordó mucho desde el principio a Rafa Rueda, luego a una mujer muy extraña, que parecía portuguesa y finalmente a un chico suizo muy amable.
A la mitad de la etapa, se me rompió una ampolla en el dedo pequeño y tuve que parar a curármela. En ese momento, las apariciones y desapariciones de los caminantes fueron providenciales, hasta el punto de que , ayudados por la magia del entorno, pensé varias veces que parecían puestos por alguien o por algo en los momentos oportunos para hacerme más fácil mi camino: algunos por la compañía justa que me fueron dando, otros porque con sus confusiones fueron dándome la esperanza necesaria para llegar al albergue.
He pensado también hoy muchas veces: “os quiero llevar todo esto”, toda esta belleza, todas estas sensaciones que voy atesorando. Y os las llevo, no sé cómo os las iré transmitiendo, pero lo haré, sé que lo haré.
Por fin llegué al albergue: cansado, muy cansado, con el pie dolorido, pero tan contento …, tan satisfecho …
En aquel momento en que se me rompió la ampolla pensé en volver, pero incluso entonces creía firmemente que había merecido la pena llegar hasta aquí, aunque sólo hubiera sido para hacer una etapa.
Luego, las llamadas, los mensajes, la ducha, el lavado, el tendido de la ropa, la cerveza, el supermercado, … y el descanso: la lectura, la escritura, … el descanso.
Después de descansar un poco en la cama y curarme los pies, me tendí un rato al sol, en el césped. Allí continué con mis lecturas sobre la libertad y la capacidad de elegir que tenemos. Siempre son interesantes estas reflexiones, pero aquí, durante el camino, quizás sean especialmente interesantes, quizás porque estás tan dentro y tan fuera de ti a un tiempo, tan atento a tu mundo y al mundo que todo parece tener una lectura interesante, que en todos los pequeños detalles parece encontrarse algo nuevo, que todo parece enseñar, todo parece hacerte crecer.
Más tarde, intercambié impresiones sobre la etapa y sobre su origen con algunos peregrinos. Resulta curioso convivir con gente de la que no sabes nada, de la que no necesitas saber nada; que no saben nada sobre ti, que no parecen necesitar saber nada sobre ti.
Ahora, vuelvo a aislarme un rato para escribir estas líneas y siento de nuevo las palabras y los mensajes que me alientan cada día; el compartir continuo con vosotros esta aventura, incluso, cuando hace horas que no os oigo, incluso, cuando faltan horas para oíros de nuevo.

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