sábado, 6 de octubre de 2007

El callejón. Novela por entregas. Página 2.

En el fondo del tiempo veo a las vecinas que se saludan en torno al pozo envueltas en sus ropas. Algunas llevan cubierta la cabeza con un pañuelo. Mi madre las mira y enciende la lumbre de la cocina. Es de las más jóvenes. Ella y sus hermanos quedaron huérfanos hace ya quince años, los que hoy tiene.
La luz se va desperezando y el día empieza a salir poco a poco del sopor de estas horas preñadas de sueño.

El panadero comienza a recorrer las calles con su burra. Los hombres han salido ya a trabajar. En el bar de la esquina, muchos de ellos van parando para tomarse una copa de coñac y refunfuñar los primeros augurios del día.

En el otro extremo del pueblo, un grupo de vecinos ayuda a levantar una mula del suelo. La mula es vieja y no se tiene en pie, pero debe llevar el carbón que mi padre y mi abuelo van a intentar vender por las calles.

Yo no he nacido aún y, sin embargo, éstos son los primeros recuerdos que me asaltan cuando intento ver cómo empezó todo.

No sé si han sido sólo recuerdos. Ya se está haciendo de día y la película de mi pueblo hace unos años, hace muchos años ya, parece haber ido rodando en mi cabeza durante horas ininterrumpidamente. He debido haber caído en ese duermevelas que confunde la visión con el sueño.

El sol parece que terminará venciendo, pero será un día nublado. Por la ventana de este tren, veo a un muchacho que parece seguirme desde su bicicleta, un muchacho que me mira desde allí detrás de los cristales, detrás del vaho que lo difumina todo... como el tiempo. Es como si perteneciera a otra época, ésa en que los días siempre eran nublados, siempre eran grises.

Me recuerda a mi padre cuando iba a visitar a mi madre, pero me cuesta trabajo revivir en mí sus sentimientos sobre aquella vieja bicicleta por el campo, camino de la casa de su novia, cuando los recuerdo ahora sentados en el sillón enfermos y con el fastidio mutuo que el tiempo ha ido depositando en ellos.

Se me vuelven a perder los recuerdos. El camino en bici tengo que imaginarlo, y lo imagino echándole en su mente la culpa a alguien, seguramente a mi madre, del riesgo que corre si descubren que ha dejado solas a las cabras este rato en que va a verla. Pero también estará deseando llegar pronto, estará inventando en ella los sentimientos y los deseos que él quisiera despertarle.

Me gusta pensar que aquello pudo ser así, me gusta pensar que todo esto tuvo sentido alguna vez, quizás porque con ellos se inventó el mundo una vez para mí, y me reconforta pensar que no fui un accidente ni el fruto de la unión de sólo dos cuerpos.

(Continuará ...)

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