viernes, 12 de octubre de 2007

El callejón. Novela por entregas. Página 4.

Ahí está mi casa, igual, exactamente igual que siempre, aunque ya no viva nadie. Me asomo a la ventana y tras las telarañas de los cristales rotos veo a mi madre. Está en la cama, en esa cama que yo mismo tiré hace unos años, vieja ya y apolillada, como si tirara con ella definitivamente a la historia el principio de mis días. Está con doña Conchita la Matrona esperando que nazca de un momento a otro su primer hijo.

La habitación en la que están se ha derrumbado con las aguas del mes pasado. Entro a verla buscando entre los cascotes algo que me recuerde allí, algún encuentro mágico con otro tiempo, con otra gente, con mi gente con otra edad. Y sólo encuentro eco, el eco de mi voz, de la voz de mis sentimientos escribiendo in mente estas páginas.

El niño se resiste a salir como si temiera a lo que hay tras el agua y el vientre abultado de su madre. La espera se hace larga y la comadrona decide esperar acostada con ella en una escena que me conmueve cada vez que la recuerdo.

Aquí sigue la parra en el corral, siguen las cocinas en el patio, sigue el cuarto donde el papel de periódico o el de estraza ponía fin a esas necesidades que todos vertíamos en el mismo agujero del suelo, en ese pozo ciego que los hombres de la casa iban de tiempo en tiempo a vaciar, emborrachándose cuando lo hacían para combatir las náuseas que producía aquella fétida marea que fuimos acumulando entre todos.

El peso del tiempo acumulado sobre los tejados los ha ido hundiendo, ha ido descolgando las puertas y lo ha envuelto todo en un silencio claro que ayuda a que fluyan mis sentimientos y a que se sosiegue mi alma, hoy, especialmente hoy, necesitada de sosiego después de lo que ha pasado, de lo que me ha hecho volver a recoger estos pedazos de mí.

Le faltan unas páginas a mis recuerdos. He despertado. Estoy solo en el dormitorio, en ese dormitorio en el que nací no debe hacer mucho tiempo. He despertado y llamo a mi madre de rodillas en la cuna. Ella debe de estar en el patio porque oigo a la Carmen cómo la llama. Carmen es la mujer de José Luis, a la que se le ha quedado el artículo clavado en mi memoria como a todas las demás mujeres de aquella casa de vecinos. Mi madre acaba de entrar en el cuarto. Estaba en el patio, en efecto, en la cocina. No ha tardado mucho tiempo en llegar, porque no es aquél un recuerdo angustioso para mí, ni mucho menos. La verdad es que ninguno de mis recuerdos de aquella casa de vecinos lo son. Al contrario, aquella casa se me viene a la memoria como mi casa desde la puerta de la calle hasta el corral, entera. Por mucho que busco en mi memoria, no consigo encontrar ningún recuerdo anterior a éste desde que estoy vivo.

(Continuará ...)

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