Aquí, asomado al balcón de mi almohada,
te veo respirar suave y me duele tu dolor
de esta tarde, el bocado en el pecho
el dolor que arrancaba
la paz de tu gesto.
Aquí, asomado a la ventana de la noche
no quiero que las agujas del reloj
se claven en tu alma y desgarren tus ojos
y dejen caer ese manantial de lágrimas
que contiene el dique de tu pecho.
Que la arena del tiempo se pare,
que las estrellas y la luna sujeten
al sol y no salga, que lo encierren en su casa.
Que la sístole y la diástole de este sueño puro
se queden sujetas para siempre en esta hora
al marcapasos que va contando los días tuyos.
Jesús.