Algunos días parecen llegar a nuestras vidas con la promesa de ir colocando cada cosa en su sitio. Con la promesa de un “no sé qué” que se va manifestando en cada una de las cosas que nos van ocurriendo, desde las más pequeñas, en el transcurso de las horas.
Hoy ha sido uno de ellos: la sensación de hogar que siempre me tiene el café del desayuno me llegó a ese centro en el que la respiración se acompasa y que pocas veces está disponible para acoger la vida toda en un instante.
Después, he paseado con mi mujer por calles que nos son muy poco habituales y, sin embargo, gente que veíamos por primera vez en nuestras vidas, nos sonrió al saludarnos con la claridad, con la amplitud, de lo mejor que somos.
Más adelante, así por casualidad, nos hemos reencontrado con una pastelería que nos ha vuelto a hacer felices como nos hizo en los momentos más inocentes de nuestras vidas.
El segundo café lo tomamos en una de esas plazas amplias que, no sé bien por qué, siempre me resultaron tan agradables.
Las llamadas telefónicas que recibimos, todas ellas, parecían traer buenos augurios. Incluso la preocupación por algún asunto de salud que nos rondaba desde hacía algún tiempo, pareció disiparse con una de ellas.
En el camino de vuelta a casa, nos fueron acompañando por la carretera esas nubes blancas redondeadas y entrecortadas que hacen mucho más azul el cielo al contrastar con la limpieza de su blancura. Esas nubes que acompañan la llegada del otoño, igual que lo anuncian las balas doradas de paja que se extienden diseminadas por el campo como si alguien las hubiera ido dejando así para adornar el campo yermo que hasta dentro de unas semanas no recuperará el verdor de las siembras nuevas.
Por fin, hoy, la tarde, la noche, se fueron despidiendo amables, acogedoras, abrazándome en mi sillón con la temperatura justa, con la presión apropiada, dejando el sitio preciso para que mi libro se acomodara, para que éste me regalara algunas de esas pocas páginas por las que mereció la pena llegar hasta aquí.
Ahora, comienza a envolverme el sueño. Reconozco esta sensación mullida que me va suspendiendo poco a poco, que me va introduciendo en esa otra dimensión que me regala a veces, como despedida, el día a estas horas.
Sé que no todos los días son como éste, por eso agradezco tanto, cuando aparece, uno como el que ahora se apaga.
Jesús.
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