Un humilde bodegón mueve
las finas alas del tiempo
latiendo en la pared
de la cocina de la abuela
desde hace siglos.
Va marcando, inalterable,
el ritmo de nuestras vidas,
acompañando el devenir
de todos nuestros momentos.
Nunca fui tan feliz
como abandonado a su fluir pequeño.
La abuela ya no está, pero sigue
ahí colgado el mismo sonido
que siempre la acompañó,
que acompañó siempre a la casa.
Jesús.
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