Amanece un nuevo día. Hoy, el destino es Santiago, la última
etapa de este viaje, la culminación del proyecto.
De todas formas, no dejo mucho tiempo estas ideas en mi
cabeza. He aprendido estos día a hacer las cosas en orden y, al despertar, lo
primero es bajarse de la cama.
Eran las cinco menos cuarto de la mañana y es que, con tganta
gente por los caminos, la única forma de ir tranquilo y de poder parar a
disfrutar del paisaje de vez en cuando es saliendo muy pronto.
Enrique y yo nos tomamos uno de esos capuchinos de sobre que
nos han hecho tan acogedores estos primeros momentos muchos día.
Es completamente de noche, así que salgo, como otros días,
con la linterna frontal para alumbrarme la primera hora.
Un poco de carretera y Enrique sigue por ella mientras yo
entro en el camino. De pronto, me veo solo, en un bosque a las cinco y media de
la mañana, completamente de noche, con la única luz de mis linternas, y me doy
cuenta de que esto hubiera sido completamente impensable para mí hace sólo unas
semanas. Las sensaciones positivas son tan intensas que el miedo no tiene sitio
en mi mundo ahora. Me doy cuenta también de que el miedo se produce casi
siempre cuando uno se adelanta a las situaciones y no tanto cuando éstas se
producen.
Al poco rato, llego a Arca. En este silencio denso ya se oyen
algunos peregrinos de vez en cuando a lo lejos. A esta hora de la noche,
pasando bajo esta bóveda de hojas, entre este mar de helechos por donde cruzan
algunos conejos, el frescor lo impregna todo y siento el privilegio impagable
que me regala este lugar invitándome a compartir los secretos de su noche.
Ya amaneció y paso de nuevo por una aldea casi despoblada, con su iglesia con su
cementerio abierto, como tantas por aquí. Me paro a mirar con detenimiento todos estos edificios,
toda esta naturaleza, toda esta historia que llevo días compartiendo. Sé que me
queda poco tiempo para seguir haciéndolo, así que quiero ser consciente de todo esto y de mis sensaciones aquí. Miro,
cierro los ojos e inspiro con fuerza como si quisiera que todo lo que me rodea
se convirtiera en parte de mí fundiéndose con el aire..
Una pista asfaltada nos va acercando entre eucaliptos, poco a
poco, al Monte do Gozo. M paree mentira lo cerca que está el final. Aquí ya hay
bastantes peregrinos delante y detrás de mí. La gente sonríe y se saluda
recordándose lo cerca que está la meta.
El Monte do Gozo parece una romería con infinidad de
peregrinos y visitantes. Apenas me entretengo en la imagen e la catedral desde
aquí. Quizás porque para mí, desde el principio, llegar a Santiago era lo de
menos; quizás porque, como hoy se hace el camino, este es uno de los momentos
en que se viene menos cansado, quizás por la cantidad de gente que hay, no me emociona especialmente el sitio, aunque
estoy contento por haber llegado.
Me he parado un rato a comer algo y a arreglarme los pies,
que van mucho mejor desde que abrí los zapatos.
Antes llamé para reservar albergue: el Estrella de Santiago.
El dueño, Diego, por el acento que tiene parece andaluz.
Voy bajando el monte y muy pronto entro en Santiago. Ahora sí
me siento cada vez más contento. Algunos peregrinos van muy cansados o con los
pies destrozados. Todos nos sonreímos, es bonito sentir compartida esta
satisfacción de ver el reto cumplido con gente a la que no conoces llegada de
tantos sitios distintos.
Santiago, se ve que ha ido creciendo al calor del camino y
son muchas y muy hermosas las iglesiad y conventos que encuentro a mi paso al
entrar en la ciudad.
La catedral está cada vez más cerca y, por fin, primero la
parte de atrás y luego la fachada, la veo. Aquí estoy, en la Plaza del
Obradoiro, ante el Pórtico de la Gloria, este lugar al que han llegado gentes
de todo el mundo a lo largo de los siglos para culminar su viaje. Delante,
cierro los ojos y me siento parte del tiempo, una gota en la corriente de la
historia. Llamo a casa para compartir con ellos la emoción del momento. Ha sido
un proyecto compartido desde el inicio y compartir este instante aumenta mucho
la intensidad de las sensaciones.
Le pido a unos chicos que me hagan una foto, varios me lo
piden a mí. Una chia, becaria en ABC, me entrevista como peregrino.
La fachada de la catedral es muy bonita, aunque la hemos
visto tantas veces en libros y en televisión que me parece más bonita
reconocerla como parte de mi paisaje personal que por las características del
edificio. Recuerdo que me ocurrió algo parecido la primera vez que fui a
Madrid.
Antes de visitar la catedral, recoger la Compostela y demás rituales del peregrino, quiero
disfrutar del momento como he hecho todos estos días. Así que busco un lugar un
poco más tranquilo donde soltar la mochila un rato y tomarme una cerveza.
A solas con mi cerveza y con mi mochila, mi compañera durante
todos estos días, siento este lugar con tanta gente tan distinta como el menos
auténtico de mi camino.
Me llama Enrique, viene a tomarse también algo conmigo.
Celebramos juntos también la culminación de estos días y nos vamos al albergue.
Allí conocemos por fin, en persona, al hospitalero: Diego.
Es, efectivamente, sevillano, de Coria. Charlamos un rato y ya, desde el primer
momento, se ve que es alguien distinto, alguien muy interesante. Nos contó cómo
había renunciado el segundo día de trabajo como agente judicial porque el
ambiente entre sus compañeros le parecía asfixiante y tuvo claro ya desde ese
primer instante que no quería pasar así el resto de su vida. Era albañil en
paro, sacó el título de ESO estudiando por la noche. ¿Verdad que todo el mundo
no es igual? ¿Verdad que no hay una sola forma de vivir, como nos quieren hacer
creer? Para montar el albergue sin dinero pasó también mil vicisitudes. De vez
en cuando acoge mendigos o acoge a gente en su casa. Escribe, toca la guitarra,
canta, compone, …
De Diego, como de las experiencias de Enrique en Cuba y de su
conocimiento de los cubanos de l calle he aprendido más en estos pocos días que
de mucha de l gente que me rodea habitualmente en años. Ésta es otra de las
experiencias que uno se lleva del camino si tiene el camino interior abierto a
ellas.
Luego, por la tarde fuimos a por la Compostela, a visitar la
catedral y a abrazar al apostol. Aquello me empezaba a recordar a mis
vacaciones tradicionales: edificios hermosos, historia, arte, compartir la
cultura de mis antepasados, … Pero, de pronto, al abrazar al apostol, me vi sorprendido
por una avalancha de sensaciones que me llegaron sin esperarlas, se
superpusieron en mí todas las experiencias del camino en un instante y me di
cuenta de lo importante que son para el hombre los símbolos.
Encontramos allí a Vincent y a las dos parejas jóvenes con
las que habíamos coincidido en días anteriores. Fue bonito este encuentro y
esta despedida. Hasta aquí nos habíamos despedido cada día con la casi certeza
de que volveríamos a vernos alguno de los días siguientes Ahora nos despedíamos
con la casi certeza de que no nos volveríamos a ver y se nos iluminaron las
miradas en el último abrazo.
Después nos tomamos Enrique y yo un Martini para reposar las
emociones.
Volvimos al albergue. De nuevo, conversación con Diego, que
nos cuenta todas las dificultades que tuvo que superar, todo lo que tuvo que
trabajar para montar el albergue y todo lo que le ayudaron sus vecinos. Diego trasmite verdad y creo que esa es de las pocas cosas a las que el ser humano no
se puede resistir.
Yo me voy a dormir y ellos se quedan en la puerta de la calle
hablando. Antes, unos chicos muy jóvenes de Madrid que tenían cama desde
temprano se las han cedido a una mujer que llegó arde con su hijo y no tenía
donde quedarse. Ellos dormirán en una colchoneta en el suelo de la cocina,
junto con otros que llegaron tarde también y no encontraron sitio tampoco. Les
reconocemos el gesto a los chicos cuando nos lo contaron. Ellos le quitaron
importancia con toda naturalidad. Encontrarse con lo mejor del ser humano en
gente que tiene uno al lado estos días me hace entrar en contacto también con
lo mejor de mí y siento que no quiero salir de esta zona de mí nunca más.
Me gusta terminar el día comentando con los niños todo lo
bueno que éste me ha deparado y, sobre todo, con Gloria, porque me hace sentir
cómo vive también en primera persona muchas de estas experiencias.
Me meto en la cama y me arrebujo en el saco. Hoy ha sido muy
especial y quiero cerrar las persianas del día haciéndolo rodar una y otra vez
por los sentimientos hasta que el sueño llegue.
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