Amanece el último día. Qué extraño
se me hace pensar que a partir de mañana todo lo que ha venido ocurriendo estos
días se irá colocando en las estanterías del recuerdo, que esta
sensación de presente tan absoluta que he tenido estos días continuamente irá dejando poco a poco de serlo.
Necesito hoy estar solo, recuperar
todas mis sensaciones sin interferencias. Esta noche cojo el autobús de regreso
y, después de desayunar, me pierdo por las calles de Santiago, por los rincones
que conocía y, sobre todo, por los que no conozco.
Me acompaña esta curiosa sensación
de irrealidad que tienen las ciudades los fines de semana en estas horas tan
tempranas en que apenas hay nadie por la calle. Estas horas en que todo parece
estar dispuesto sólo para ti. Me gusta mucho este sabor a piedra y madera tan
antiguo que tiene esta ciudad. Me gusta ver que el centro está compuesto por
viviendas modestas muy populares. Desde luego, Santiago no está hecha para las
postales, sino para los ojos del caminante.
En la parte alta encuentro un
antiguo monasterio rodeado por su cementerio y una especie de enorme prado
entre sus muros que parece terminar convirtiéndose en un jardín o en un parque
allá a lo lejos.
En esta inmensidad de silencio, de
piedras y de años, la soledad me hace sentir la humildad, la pequeñez de
nuestras vidas particulares.
Rodeado por todo esto, me siento en
la escalinata de una iglesia con el monte, con el valle, con el prado y los bosques delante, al fondo, a lo lejos,
detrás de la ciudad. Y me doy cuenta de cuánta paciencia hizo falta para traer
el mundo hasta aquí, de cuánta humildad inconsciente hizo falta para que lluvia
a lluvia, sol a sol, estos prados llegaran a ser como son hoy. Cuántos años
para ir depositando cada una de estas piedras una sobre las otras hasta hacer
lugares como éste en que yo me sobrecojo ahora. Cuántos sacrificios, cuántos
errores, cuántas rectificaciones, cuántos esfuerzos, para llegar hasta aquí.
Qué lección de humildad estoy
sintiendo en estos momentos. Esto no lo hizo nadie solo, ni se hizo en una vida
sólo. Apenas nos quedaron dos o tres nombres de la relación interminable de
hombres y mujeres que trajeron trepando por los siglos todo esto hasta aquí. Y
siento la responsabilidad que supone para cada uno de nosotros continuar este
colosal proyecto poniendo nuestro granito de arena, tan insignificante y tan
importante a la vez, para que todo esto siga adelante no sólo para nuestros
hijos, sino para todos esos que dentro de miles de años no sabrán quiénes
fuimos.
Intento recuperarme de esta emoción
tan intensa bajando hacia la catedral. Veo llegar peregrinos que finalizan hoy
su camino y me cruzo en mi itinerario con otros que aún no han llegado. Es
curioso, los miro como los miraba estos días pasados y me sorprende que no reconozcan en mí a un
caminante como ellos, pero yo ya no llevo mochila, no llevo bastón, ni el sudor
alhaja mi frente. Se respira en todo Santiago ese gozo por haber llegado, por
haber cumplido el reto y se contagia por todos lados.
Hago aquí un paréntesis en este
diario e inserto un correo que recibí de mi amiga Belén después de regresar del
camino, ya en casa. Curiosamente, ella y su familia también estuvieron en
Santiago este verano. Lo incluyo aquí porque creo que ofrece desde otros puntos
de vista, el suyo y el de sus hijos, ese espíritu que se vive en esta ciudad
estos días en que llega tanto peregrino. Este correo, después de regresar a
casa, me hizo volver a Santiago y disfrutar de algunas cosas que yo, por una
cierta prevención contra el tópico, no había sido capaz de gozar en el momento
en que allí estuve. El correo dice así:
“Mi amigo Jesús:
No sabes cuánta alegría me dio ver que habías hecho el Camino.
Te contaré mi relación con él este verano, aunque creo que será otra faceta
distinta al tuyo. Estuvimos en Santiago; a los niños les llamó mucho la
atención la llegada de peregrinos a la plaza del Obradoiro. Fuimos a la misa
del peregrino que se celebra a las doce de la mañana; se conoce que hay un
registro en el que se apuntan aquellos que han hecho el Camino y figura de
dónde son y dónde lo iniciaron. La ceremonia la concelebraban varios sacerdotes
de distintos continentes y empezaba diciendo que el oficiante iniciaría los
rezos en latín y nos pedían que cada uno contestáramos en nuestra propia
lengua. ¡Dios mío, qué maravilla! ¡No sabes lo que para una hija de Antonio Yáñez significa eso! La raíz misma, a la vista de todos, sujetando a las
distintas ramas…
Después fueron citando al número de los peregrinos del registro:
tantos de Málaga que vienen de León, tantos franceses que vienen desde
Roncesvalles, "nosecuántos" de Sevilla que vienen de... un rato larguísimo
enumerando a españoles de distintos lugares, a italianos, portugueses,
alemanes, italianos, mexicanos… y un indio. ¡Cuánto tiempo nombrando a cuánta
gente! Me los imaginaba saliendo a cada uno de sus casas y convergiendo en Santiago
con una idea común. Fantástica la universalidad de Iglesia…
Al final de la misa, el botafumeiro: Orgulloso viniendo hacia mí
y alejándose; presumiendo ante todos, fuerte y joven como hace desde hace
siglos, causando la admiración de los que estábamos dentro; haciéndome sentir
pequeña y parte de la historia de la cristiandad.
Salí, como te imaginarás, tremendamente emocionada, era incapaz
de hablar…
Por la tarde, cuando nos íbamos de Santiago, pasamos mi hijo
Antonio y yo por un aparcamiento de bicicletas tipo SEVICI en la que no
había ninguna, sólo una pintada que decía: “Vinieron por la noche y se llevaron
nuestra bicicletas en sus coches” .Él me dijo:
- Qué raro, creía que en una ciudad con tanta emoción no podían
pasar cosas malas.
Un beso.”
Creo que no puedo, que no debo añadir ni una palabra al correo ni a la emoción que me produjo leerlo.
Así
que vuelvo a mi relato de mi último día en Santiago. Busco una fotocopiadora
para copiar unos textos suyos que me dejó Diego. Buscándola me cruzo alternativamente
con gente amabilísima y con otra que parece tener prisa por que yo le note lo
que le fastidia tanto forastero por aquí: qué pronto se nos olvida que eso
somos todos en cuanto salimos de nuestro pueblo para ir al pueblo de al lado.
La
encuentro finalmente y regreso al albergue con la certeza de que mis ojos no
volverán a ver estas paredes, esta luz, esta gente, en muchos meses,
posiblemente, en muchos años. Con esa impresión de despedida que tiene cada uno
de los pasos que voy dando en mi camino de vuelta voy intentando tener una
sensación de conjunto de estos días.
Después
de una cerveza, de descansar un rato y
de una ducha, recojo mis cosas y con un café me despido de la gente que hay en
el albergue. Algunos: Enrique, Diego, los chicos de Madrid, se han incorporado a
mi vida; los otros representan a todos los que me he ido encontrando estos
días, esos que han ido entrando y saliendo, superponiéndose en distintos
lugares y que también han sido muy importantes.
Me
acerco a la estación y me esfuerzo por fundir en el aire que respiro en estos
últimos momentos los aires que han envuelto todos los paisajes, todas las
luces, todas las gentes y, sobre todo, todas las experiencias personales que he
tenido todos estos días.
Se
va acercando el autobús a Madrid y luego a Sevilla, me espera Gloria en la
estación, luego Inés, Andrés y mi madre.
Me
gusta sentir su cercanía, me gusta sentir cómo se me va acercando hasta
alcanzarme aquel que era yo antes de irme. Me gusta sentir esta fusión que me
hace ser aquél y que me recuerda que
algunas cosas han cambiado, posiblemente, de forma irreversible.
Es
curioso, en este camino de vuelta no tengo sensación de regreso y es que quizás
no existan los caminos de regreso, que,
incluso los que parecen serlo, son caminos de ida, aunque sólo sea porque
cuando regresamos de algún lugar, de alguna experiencia, no somos nunca
exactamente los mismos que nos fuimos.
Al
llegar, el calor de Sevilla me trae un regalo inesperado y refrescante. Hay
cosas que no han cambiado, hay gente que sigue haciendo regalos con muy poco, …
Quizás nosotros, los de entonces, ya no seamos exactamente los mismos, pero sí
lo son los sentimientos. Y las ganas de seguir hablando de muchas cosas …
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