sábado, 6 de diciembre de 2014

Octavo día. 13 de agosto de 2013. Arzúa.


            Hoy también me he levantado temprano, aunque el tiempo que necesité para preparar mis pies antes de salir me retrasó bastante la hora de la salida.
            Despertar y salir a este claustro de noche, solo es como colarse por las rendijas del tiempo en otra época. El rumor del aire que recorre las arcadas lo envuelve todo produciéndome, sin embargo, una extraña sensación de pertenencia, de aquí y ahora, de presente intenso.
            Desayuné con José Antonio y su grupo de enfermeros. Ellos salieron antes. Una curiosa chica holandesa que compartió dormitorio con nosotros llegó al comedor y, mientras desayunaba, metía los pies en una palangana de agua con sal.
            Salgo por fin, empieza a clarear en la calle, miro desde lejos, por última vez, la majestuosidad de estas piedras y la veo recortada en negro contra el cielo aún oscuro.
            Debo parar un par de veces para quitarme los zapatos y los calcetines en los primeros metros porque no acabo de encontrarme bien con los pies. Hay un chico, Paco, que quiere quedarse conmigo. Él hace el camino porque tuvo un tumor que terminó resultando mejor de lo que todos esperaban. Lo hace como una especie de promesa de agradecimiento. Lo convenzo para que siga él, porque yo no sé cómo voy a terminar yendo hoy con los pies y porque prefiero hacer solo todo el camino que pueda. Me gusta mucho, sin embargo, el detalle del muchacho. Es un chaval curioso, lo conocí anteayer y me contaba que después de haberlo pasado tan mal había decidido disfrutar de la vida todo lo que pudiera. Bromeaba diciendo que había traído al camino dos cajas de no sé cuántos preservativos cada una, y que las llevaba de vuelta sin abrir.
            Por fin parece que se me van calentando los pies y comienzo a andar. Ya, casi, ha amanecido. El camino transcurre entre prados amables y extensos. Luego, los senderos se van alternando con tramos de carretera y al fondo se deja ver un valle ondulado que se pierde en el horizonte.
            El día está nublado. Algunas ermitas con sus cementerios adosados advierten del paso por pueblos y aldeas muy pequeñas.
            En algunos tramos siguen apareciendo bosques de pinos y, sobre todo, de eucaliptos; pero lo llano de estas tierras hace que éstos parezcan menos impresionantes que los que crucé en los días anteriores.
            En algunas zonas se puede ver hoy, como otras jornadas, perfectamente, el efecto devastador de incendios recientes. También se ve la parte que está recién plantada para repoblarla lo antes posible.. Áreas en que el árbol es notablemente más bajo y en que la tonalidad del verde es mucho más clara, más tierna, nos insinúan la juventud de los mismos. Todo esto produce en el paisaje una alternancia curiosa de distintas etapas en la evolución de la vida del bosque.
            Continúan las fuentes, los cursos de agua, las pequeñas aldeas. Hoy la etapa termina en Arzúa, allí se unen ya casi todos los distintos Caminos de Santiago, para seguir juntos hasta Compostela. Me dicen que la afluencia de los peregrinos del camino francés es muy grande y que, a partir de mañana, se pierde por completo esta tranquilidad de la que hemos disfrutado todos estos días.
            Según avanzan los kilómetros, mis pies se van resintiendo y el dolor, por momentos se hace muy intenso. Entonces, fijarme en una flor curiosa, recogerla en una foto para enviar el ramo más hermoso posible de cada día, observar un hórreo antiguo, muy antiguo, que sigue en uso, cruzar por la vida sin prisas de los paisanos de estas aldeas tan dispersas sin que ellos parezcan advertirlo; consiguen distraer mi atención para no pensar continuamente en el dolor. Cuando observo esto, tengo la impresión de que el cuerpo, cuando no se le presta atención a sus quejas, deja de protestar, deja de pedirnos que lo escuchemos y pone otros mecanismos en marcha para solucionar el problema sin la intervención de nuestro cuidado. Y es que, desde el primer día, ocurre lo mismo: el dolor se concentra en una zona, se hace cada vez más fuerte, hasta que comienza a disminuir y, a veces, pasa a otro lugar del cuerpo, donde actúa de la misma forma. Aquí, solo en medio del campo, no me voy a parar, así que continúo hasta que el dolor se pasa. La necesidad me hace ver, una vez más, cuán grande es nuestra capacidad de sufrimiento; cuánto más grande de lo que creemos a diario y como, casi siempre, es posible dar un paso más, sólo uno y luego sólo otro y sólo otro, …
            Y llego a Arzúa. Allí nos saluda una subida final fuerte, sobre todo para mis pies destrozados. Arriba, ya en el pueblo, un grupo de jóvenes católicos recibe a los peregrinos ofreciéndonos agua, aplaudiéndonos  con gritos de ánimo. Siempre es gratificante ver que hay gente, sobre todo si son jóvenes, que dedican su tiempo voluntariamente a hacer la vida mejor a los demás; pero cuando vienes tan cansado resulta emocionante.
            Efectivamente, según se avanza por las calles y, sobre todo, al llegar a la plaza central, se ve a una gran cantidad de peregrinos.
            Todo está lleno de gente con mochila. Los albergues públicos están llenos y tengo la suerte de encontrar uno detrás de la plaza: el “Vía Láctea”; que, aunque privado, está muy bien de precio y de instalaciones.
            He llegado, de nuevo he conseguido terminar. Hoy estoy muy contento porque en algunos momentos lo he pasado muy mal. Ya sólo quedan dos días para llegar a Santiago y lo que en un principio era sólo un proyecto, algo que me parecía difícil de culminar, hoy lo veo muy cerca.
            Encontrar albergue ha sido una experiencia nueva. Cansado como venía, sin plaza en los albergues públicos, con tanta gente alrededor y un poco perdido y aturdido en un pueblo mucho mayor que los anteriores, me urgía encontrar alojamiento porque detrás de mí continuaba llegando gran cantidad de caminantes que no podía dejar que se me adelantaran y me dejaran sin lugar para dormir. Es, quizás, lo que menos me gusta del camino, esa competencia que se establece entre los peregrinos por encontrar plaza al final de la jornada; aunque también es estimulante, es un reto, es algo que no nos permite engañarnos, que nos recuerda que seguimos en este mundo.
            Entonces me di cuenta de otra de las enseñanzas de estos días: para solucionar cualquier cosa, como ocurre con el camino,  hay que echar a andar, hay que dar el primer paso, y luego el segundo, y luego el tercero y así sucesivamente. Y así lo hice,  y así sigo haciéndolo con la confianza que da ahora ver cómo de esta manera, en una semana, llevo recorridos tantos quilómetros ya.
            He cogido la cama en el albergue y me he tomado la cerveza con la que celebro el final de la etapa,  mientras el teléfono me ayuda, al compartir la alegría del día, a que ésta se multiplique por mucho.
Hoy, la cerveza fue con pulpo, riquísimo –o así me pareció a mí-, porque no he encontrado de dónde viene ese olor a sardina que me persigue desde hace rato.
Luego, descanso, lectura y un café en la plaza con Javi, Paco y Enrique. Aquí siguen los jóvenes animando con juegos y canciones a todo el mundo.
Voy al supermercado, visito las iglesias y la zona más antigua de Arzúa, con algunas construcciones muy curiosas.
Ceno, aún con el sol fuera, en el patio del albergue. Me llama la atención el que en este albergue la gente apenas se saluda. Cada uno parece ir por su lado y no sé si es porque al ser privado la gente se refugia de nuevo en su individualidad anónima. Quizás, al tener un encargado a quien dirigirte para que te resuelva los problemas, ya no tienes esa sensación de necesidad de apoyo de los demás y, por tanto, de solidaridad con ellos. Aquí, aunque las estancias son comunes, no parecen ser compartidas, sino un espacio común donde se sitúan espacios independientes contiguos con divisiones invisibles.
En este asunto, observo también más tarde, que quizás influye el que en este albergue hay bastante gente que ha hecho todo el camino en albergues privados y en hostales. Algunos, incluso, envían las mochilas por servicio de paquetería al destino siguiente y, ya desde aquí, salen con el alojamiento reservado. Es, desde luego, otra forma de hacer el camino muy distinta, una forma en la que me parece que se pierden elementos fundamentales del mismo.

Se ha hecho de noche. Va terminando el día con la placidez con que ocurre esto desde que empecé a caminar. Salgo a la calle, hay una plazoleta cerca y me gusta sentir este fresco que es casi frío. Aquí, me despido por teléfono de Inés , de Andrés, de Gloria … Y sus palabras, junto a las risas de algunos peregrinos muy jóvenes que juegan tendidos en el suelo allá a lo lejos,  me hacen sentir en plenitud.

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