Arahal,
cruce de caminos
entre cielos y olivos.
Jesús.
Blog literario de Jesús Mejías (epegopo@gmail.com)
Una luz blanca traspasa mis párpados
cerrados, vueltos al cielo.
Pesa sobre mis piernas
el suave calor de mi gato.
Me gustaría poder decir que ahora
siento cómo floto
que me siento suspendido en el aire,
pero lo cierto es que sólo estoy
sentado en una hamaca apolillada
bajo el cielo de mi casa de pueblo.
Jesús.
La luna ofrece un manto blanco
en la caída de la noche
al último maullido de mi gato.
Se va tras él, diluido en un aire eterno
que sentiremos siempre cerca,
siempre dentro.
Sé que debe pasar un tiempo
para poder modelar adecuadamente
un dolor tan intenso con las palabras,
pero hoy era demasiado evidente
esa llamada al infinito
como para ignorarla.
O quizás sólo sea
mi necesidad de desahogo
la que es, ahora, demasiado grande.
Jesús
Y entonces sentí
una furtiva caricia tuya.
No era una tarde cualquiera,
dejó de serlo
en aquel precioso instante.
Jesús.
Aquí, cogido de tu mano,
en la cama, aún tibia,
te siento patir y me veo,
impotente,
entre mi sombra y tu cuerpo.
Me siento solo
en medio de los otros.
Siento el sinsentido de mi vida,
el sinsentido de la vida.
Me siento extraño
en un mundo sin ti.
Aquí, cogido de tu mano,
en la cama, aún tibia,
te siento partir y me veo,
impotente,
ante tanta soledad.
Jesús.
Veo mi vieja caravana y me recuerda
que hubo un tiempo en que yo apenas tenía
nada, o casi nada,
es decir, lo suficiente para ser feliz.
Veo mi vieja caravana y me recuerda
ríos, montañas, pinos, playas,
paseos en bicicleta por la arena virgen
de infancias que para mí serán siempre eternas.
En sus literas, aún duermen conmigo mis hijos
señalando la luna reflejada en el agua.
Aún oigo los cuentos inventados
a la luz de unas pizzas bajo las estrellas.
A la sombra de un pino ya deshecho
nos protegió del sol, del agua, del viento
alojó nuestro descanso y
cobijó nuestro amor.
Veo mi vieja caravana y siento
toda la ternura con la que me mira.
Desde sus ejes gastados, desde su avance ajado,
resbala una gota de rocío por los cristales
que un día fueron brillantes, que el tiempo ha opacado.
Jesús.
He intentado escribir un nuevo poema,
y me ha salido
el mismo poema de siempre.
Otros quizás no lo lean,
pero yo veo
tras las mismas ideas, tras los mismos latidos
sólo palabras desordenadas.
En ocasiones, es cierto,
late en la mano una emoción,
Ilumina una idea al papel
y llega entonces la tinta
para fundirlas justo a tiempo.
He intentado escribir un nuevo poema
en vano otra vez, y es que,
acaso, éste no llegue porque no sea
este hermoso oficio de ordenar,
con las palabras, las cosas
más que el juego de probar, una y otra vez,
de probar a ordenarlas.
Jesús.
Como casi siempre que me llega
esta vaharada de café humeante
que la cocina ahora me regala,
se mete dentro de mí con ella
la emoción que me produce
revivir aquella tímida sonrisa infantil
con la que me traías, ofrenda humilde,
tu primer intento de hacerlo.
Jesús.
Un mundo se destruye entre mis manos
en las páginas que se deslizan por mis dedos.
Mientras, ante mis ojos,
la luz de la primavera brilla
en las hojas de un olivo casi reciennacido.
Me siento dividido en dos:
sufro impotente ante las letras que corren
despavoridas entre cadáveres familiares;
me diluyo en la brisa suave que danza
con los brotes tiernos de este aceite prometido.
Me levanto abrazado a unos personajes
que me conmueven con su dolor
y paseo con ellos por este modesto paraíso,
como si quisiera recompensarlos
con este regalo que el instante me ofrece.
Jesús.
Un día luminoso. "The lady of Shalott".
A Loreena McKennitt,
a Ramón Trecet,
a mi hija recién nacida.
La luz de un medio día luminoso
de invierno, después del trabajo;
la paz del reencuentro
con el bebé que,
sólo unas semanas antes,
me hizo padre, sabio en amores.
Entonces, arrebujada
con la danza suave de las curvas,
en la radio, la voz lenta y profunda
de Ramón fundida con la magia
de Loreena y su canción.
Pocas veces la luz del sonido
me llegó tan dentro.
Jesús.
No sé si fui hijo del amor,
hijo del deseo de tener un hijo,...
O si sólo fui hijo del deseo,
del deseo de tener un orgasmo.
Pero, ante esta duda, me gusta soñar
que fui hijo de algo hermoso.
Jesús.
Te estoy aquí llamando:
por favor, ábreme
tu cuerpo de par en par,
aunque sea en un beso,
en un abrazo, una caricia.
Te estoy aquí llamando:
por favor, ábreme aunque sea
el calor de tu palabra, de tu sonrisa,
aunque sea la luz de tu mirada,
el vuelo de tu pelo, el roce de tu sombra.
Jesús.
Algunos fueron hijos del amor,
algunos fueron hijos del deseo
de tener un hijo,...
Otros sólo fueron hijos del deseo
de tener un orgasmo,
pero, ante la duda,
es bonito soñar que fuimos hijos
de algo hermoso.
Jesús.
¿Quién es el yo que escribe
con mi mano, con mis ojos,
robándome las palabras?
No es el que compra el pan
por la mañana temprano,
ni el que bromea con mi mujer
o juega divertido con mis nietos.
No es, desde luego,
quien se huelga haciendo deporte,
quien sobrevuela en las charlas de café
o se acuesta intrascendente con la radio.
¿Quién es el yo que escibe,
ése al que le doy, cada día un rato,
el teclado para que no tome mi voz?
Jesús.
A veces,
cuando se cruzan dos líneas
en el espacio o en el tiempo,
se producen momentos mágicos.
Jesús.
Caminante,
no es fácil el camino, a veces.
A veces, estoy desorientado,
no entiendo las señales
y no encuentro las que quiero dar.
A veces se empina, se bifurca
y no sé bien qué me trajo aquí
ni hacia dónde debo ir.
Pero, entonces, una palabra,
una caricia, una sonrisa
lo iluminan y ayudan a continuar.
Y es que quizás, como dijo aquel,
no haya camino que buscar, quizás
sólo se trate de andar.
Y, en el andar, es cierto, basta
un soplo de brisa un día, la luz del sol,
aquella sonrisa, aquella caricia, aquella voz...
Jesús
Me trajo a ti la vida.
El trabajo, el azar,... la vida.
Me ancló aquí el mar.
Cientos de amaneceres en chándal
antes de ir a trabajar,
cientos de cafés ante las olas,
paseos a cientos; lecturas, en mi roca,
...
Todas esas cosas me anclaron a ti,...
la vida me ancló a ti.
Y la pureza de sentir
que aquella ingenuidad me regaló
en una tarde de viernes con amigos,
en una mañana de domingo y mar,
en una noche que me creí Dios,
...
Esas cosas, todas esas cosas
me devuelven, a veces, a ti
Cuando miro a mi hija,
hija de todo aquello, hija de allí,
a mi hija, hija también de ti,
revivo tus amaneceres, mis paseos,
mis lecturas, aquellos cafés,...
Revivo amigos, revivo domingos y,
un poco, revive Dios en mí.
Jesús.