Un mundo se destruye entre mis manos
en las páginas que se deslizan por mis dedos.
Mientras, también ante mis ojos,
la luz de la primavera brilla
en las hojas de un olivo casi reciennacido.
Me siento partido en dos:
sufro impotente ante las letras que corren
despavoridas entre cadáveres familiares
y me diluyo en la brisa suave que danza
con los brotes tiernos de este aceite prometido.
Me levanto abrazado al dolor
de unos personajes que me conmueven
y paseo con ellos por este modesto paraíso,
como si quisiera recompensarlos
con este regalo que el instante me ofrece.
Jesús.
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