viernes, 15 de diciembre de 2023

El Iríbar, un niño raro.

A pesar de lo mucho que hablábamos en nuestras largas tardes de charla, esto que te quiero contar ahora, no te lo pude contar antes porque yo no he sido consciente de ello hasta ahora.

Y eso es que jugar de portero me salvó la infancia, salvó al niño que yo era. En el colegio y en aquellas largas tardes que teníamos en la calle, yo no era muy hábil jugando a la pelota; bueno, tampoco lo era en ningún otro juego. Entonces, apareció Iríbar y, de su mano, mi afición por la portería.

Mientras otros niños pasaban los recreos y las tardes corriendo tras el balón y chutando, las pocas veces que yo lo intenté antes de rendirme, era muy frustrante para mí no darle nunca a la pelota y, mucho mas frustrante todavía, que nadie quisiera jugar conmigo en su equipo. Esto último lo recuerdo asiciado a situaciones concretas como algo desgarrador.

Fue entonces cuando llegó la portería a mi vida. Yo me convertí en uno de los pocos niños que querían ser porteros, todos preferían la gloria de marcar goles y, aunque al principio fue por lo mal que yo jugaba con los pies, después me fue gustando cada vez más la portería, hasta llegar a disfrutar, no sólo de parar el balón, de conseguir que éste no entrara en mi portería, sino del placer de estirarme, de saltar, de desplazarme por el aire, de volar. 

Todas esas sensaciones fueron apareciendo más tarde, pero lo que sí noté desde el principio era que ya todos los niños me querían en su equipo, que yo ya tenía algo que hacer y algo de lo que hablar con lo demás niños en el recreo.

Hoy, desde este lado del cuaderno, desde la perspectiva que me dan, aquí y ahora, la tinta y el bolígrafo, es fácil poner palabras a lo que yo era entonces: un niño raro. Y a los niños raros, entonces como hoy, se los marginaba, lo pasaban mal. Pero yo conseguí jugar al fútbol, y me convertí para todos en el portero, era el Iríbar y, por lo tanto, nadie se daba cuenta de que ese portero era un niño raro; y, lo que fue más importante para mí, ya me hacían sentir uno de ellos, me hacían sentir un niño normal. 


Jesús. 

miércoles, 6 de diciembre de 2023

Guiones indispensables

 El trabajo me servía para mantenerme en pie. Los días alternos con mis hijos me servían para mantenerme en pie. 

Tener un papel que hacer, un personaje que desarrollar: el profesor que se esperaba que yo fuera, lo que yo sabía que mis compañeros esperaban de mí, aquellas cosas de padre que yo sabía que mis hijos deseaban de mí, necesitaban de mí.

El resto del tiempo, cuando yo podía decidir qué hacer con él, qué hacer conmigo, me costaba levantarme del sillón y mantenerme en pie.

Tener esos clavos a los que agarrarme, tener la suerte de poder identificarlos en el momento en que los necesité me permite poder volar hoy con las alas más fuertes, disfrutando del hermoso aire que me envuelve, que me sostiene.

miércoles, 29 de noviembre de 2023

No son más que palabras.

 Hoy quisiera traerte la luz y, qué impotencia, sólo puedo entregarte su nombre. 

Hoy quisiera, con mis manos, mostrarte todo mi amor, pero no me salen más que caricias. 

Hoy quisiera, con palabras, regalarte toda la paz que siento, pero sólo me sale acompañarte en silencio. 

Hoy quisiera fundirme contigo, ser uno solo, pero no me sale nada más que rodearte con mi abrazo. 

Amor, perdóname hoy esta torpeza mía de no ser capaz de traerte, como siempre, nada más que esto: el eco del eco del eco de todo lo que siento. 


Jesús.

martes, 28 de noviembre de 2023

Mercedes y Pedro.

 Me sonríen desde el fondo del tiempo, Pedro y Mercedes, paseando cogidos del brazo, casi arrastrando los pies. Junto a mí, en la esquina de El Barco, los ve pasar incrédulo Lorenzo, al que mi recuerdo ha revivido en este instante.

Lorenzo llegó una mañana a la casa de vecinos buscando a Mercedes, su novia de siempre. Él desapareció de un día para otro al inicio de la guerra y volvía ahora, pasados los años, cuando pudo hacerlo sin que su vida corriera peligro. Imagino la impotencia de Lorenzo y su familia sin poder decir una palabra sobre él a su novia por miedo, la impotencia de Mercedes sintiéndose abandonada y sin entender nada. La impotencia de ambos al reencontrarse pasado el tiempo en una situación que no tenía remedio: 

-Pedro es un buen hombre, tenemos hijos. Si yo hubiera sabido... -Si yo hubiera podido...

No me imagino cuánto dolor puede caber en una despedida como ésa, sin un beso siquiera que sirviera para mitigar la congoja.

Veo a Pedro y a Mercedes cogidos del brazo, casi arrastrando los pies. No sé si él se enteró alguna vez de aquella escena, no sé lo que pudo durar la herida en ella..

Ahora, así, agarrados, andando juntos es como yo los recuerdo siempre. Pedro y Mercedes fueron buenas personas, sus hijos son buenas personas. Creo que supieron construir con sus circunstancias una buena historia; no la que habían soñado, seguramente, pero una buena historia. 

Cuando yo oí contar esto a mi madre y mis tías, entre sorbos de café, una tarde de verano en que tenían de fondo la radionovela y creían que los niños dormíamos la siesta, me llevé una sorpresa muy grande,  me invadió una pena muy grande. Al niño que yo era entonces no le cabía en la cabeza que la vida pudiera castigar de esa forma tan injusta a las buenas personas, como no me cabía en la cabeza que ellos hubieran vivido sus vidas con tanta normalidad habiéndoles ocurrido aquello. Después, esa misma vida, gracias a personas como ellos,  se encargó de enseñarme a vivir a mí también. Pero aquella tarde de radionovelas de verano faltaban aún muchas historias como ésta para que mi inocencia fuera dejando sitio a todo lo que aún me faltaba por ver. 


Jesús.




viernes, 24 de noviembre de 2023

Viven en mí.

 No sé si ellos serán conscientes de ello allá donde estén; pero, si no es así, me gustaría que lo fueran. Que fueran conscientes de cómo los siento, desde hace algún tiempo, presentes en mi vida. No me refiero a la influencia que ellos han tenido y tienen en mí, a la influencia genética, al parecido que me noto cada vez más con ellos. Me refiero a otra cosa, me refiero a que yo siento desde hace algún tiempo, cada vez más, cómo ellos siguen vivos en mí, cómo ellos utilizan mi cuerpo junto a mí, colaborando conmigo, cómo ellos siguen vivos, pero vivos de verdad, en mí.

Aquí, ahora, estoy trabajando.

 No sé bien por qué me ha venido ahora esta imagen, pero me ha venido: estaba yo en el patio de la casa de mi madre, sentado en la escalera de la azotea. Releía yo San Manuel Bueno, mártir, preparando una clase de segundo de bachillerato. Mi madre me llevó un café. La tarde tenía una luz y una temperatura que intensificaban mi dicha. Le dije la suerte que tenía de poder llamar a aquel momento mi trabajo. Ella me respondió que tuviera cuidado, que el café quemaba, y eso me hizo sentir aún mayor la suerte que tenía por darme cuenta de lo importante que era aquello que le acababa de contar.


lunes, 23 de octubre de 2023

Silencio

 Todo cesó

y en el silencio aquel

estaba yo.


Jesús.

viernes, 22 de septiembre de 2023

A los intereses creados...

 A los intereses creados,

que ahogaron mi amor sin haber sido, 

a ésos...

yo les deseo largo camino

por el vago sendero del olvido.


Jesús.

miércoles, 23 de agosto de 2023

Tres comienzos de liga.

El pasado fin de semana comenzó la liga y, como cada año en estas fechas, siento mariposas en el estómago y me da un vuelco el corazón cada vez que oigo este anuncio en algún medio.

Es cierto que, con los años, uno va perdiendo la inocencia imprescindible para entusiasmarse con el fútbol como lo hacíamos cuando éramos niños o adolescentes; pero fue tan intensa la vivencia entonces que es difícil no revivir, en estas fechas, algunos de aquellos inicios de temporada que, por lo que fuera, se quedaron grabados de una forma definitiva en nuestro ser.

Revive en mí ahora la emoción de tres momentos muy distintos: en el más antiguo, estoy en el campo con mis padres. He puesto unas piedras que delimitan la pirtería y mi padre me está chutando (bueno, mi padre lleva chutándome, con bendita paciencia, desde por la mañana, mientras mi madre prepara el arroz en el fuego sobre unas piedras.

Detrás de uno de los postes, está la radio (un aparato enorme que era radio-tocadiscos y funcionaba a pilas, un aparato que debió salirnos muy bueno porque lo recuerdo pegado a mí, dentro y fuera de la casa, durante toda mi infancia).

En la radio, suena la voz de Vicente Marco dando paso a los distintos estadios. Recuerdo este día y me sube del estómago un sabor agridulce, mezcla de la alegría por la vuelta del fútbol y de un sabor a angustia que tiene que ver con la inminencia de la vuelta al cole y con el vacío que me produce que se juegue un único partido, a las seis de la tarde, ese día. Que tiene que ver con la falta de pitidos en la radio anunciando goles en uno y otro estadio a esa hora. Juega el Valencia de Quino, Valdez, Sol, Claramunt, Antón,... Debe ser el año setenta y poco. No recuerdo el equipo rival, pero desde luego no es un grande. Me ahoga el sonido de los indicativos sonoros del gol de una forma huérfana, aislada, en un único estadio habitado en medio de otros desiertos a lo largo de todo el mapa. Ha vuelto la liga, pero echo de menos el ritmo vertiginoso de la coincidencia de todos, o casi todos, los partidos a la misma hora. Sé que llegarán la semana próxima, el domingo próximo; pero esa espera, al niño que soy entonces, le parece una una espera eterna, excesiva, inabarcable para su tierna emoción. 


Me asalta después otro inicio de liga. En esta ocasión, es sábado, sábado por la noche, es el cuatro de septiembre de 1976. Yo tengo catorce años y mis padres me han hecho socio del Sevilla F.C. Mi equipo es el Athletic de Bilbao, pero lo que a mí me gusta de verdad es el fútbol. Voy al partido solo, acompañado en el autobús de mi pueblo por muchos aficionados a los que no conozco, que van también al partido. Para mí es emocionante ir por primera vez en mi vida solo a Sevilla, ir por primera vez solo al fútbol, sentirme envuelto, en el camino al estadio, en una marea humana que canta, que sonríe, que se saluda, aun sin conocerse; una marea roja y blanca de bufandas, de camisetas. 

Al llegar al campo, me impresionan los focos iluminando el rectángulo  verde y el penetrante olor a hierba recién cortada que sube con la humedad de las primeras horas de la noche de septiembre. Tímidamente, voy sumándome a los cánticos hasta que siento mi voz diluida en la de todos, fundida con la de todos a modo de coro.

Es el debut de Héctor Scotta con el Sevilla, un futbolista que dicen que dispara con una fuerza inusitada, lo que entusiasma a la grada desde su salida al campo, aunque este día haya fallado un penalti. El partido termina 0-0 y, de regreso, me siento embriagado por las conversaciones del autobús, por las luces de la noche en la capital, tan desconocidas aún para el niño de pueblo que soy.

De vez en cuando, me sigue viniendo, asociada a ese día, la emoción de sentirme mayor por primera vez en mi vids, solo, en medio de lo que parece el mundo de los mayores. Este día, incluso tomar la decisión, en el descanso del partido, de qué tipo de bebida elijo para no ahogarme con el bocadillo de tortilla que mi madre me ha preparado me hace sentirme orgulloso.

Aquella noche, al llegar a casa, me hacía sentir lleno, también, notar que yo concitaba el interés de todos mientras les contaba el partido, mientras les contaba el camino, mientras repetía algunos lugares comunes que había oído a los que me rodeaban detrás de la portería de gol-sur.

Aquella noche, en la cama, con mi radio-tocadiscos rojo bajo la almohada, estuve oyendo, muy bajito, el resumen de la jornada, reviviendo cada instante del partido ... y me quedé dormido, aunque no recuerdo bien en qué minuto del mismo lo hice. Lo que sí recuerdo es la sensación de plenitud que tenía aquella noche, la sensación de plenitud que siempre asociaré a aquel partido, a aquel día. 


El tercer inicio de liga que tengo grabado ocurrió siendo ya mayor. Se había estrenado aquel domingo la liga y yo me había estrenado como padre hacía apenas seis meses.

Durante la tarde, mientras jugaba con mi hija, el sonido de los goles en la radio, al fondo, me despertaba intensamente toda la inocente emoción con que yo esperaba, de niño, ansioso, siempre aquella primera jornada después de un verano sin partidos. 

Luego, con las luces adormecidas de un anochecer incipiente, fui paseando con mi hija en su carro a la freiduría. En esos momentos sentía una de esas expresiones de inequívoca felicidad que uno tiene tan pocas veces y que, tan pocas veces, uno tiene la certeza de compartir con alguien. Entonces, pasando bajo las altas hojas de los árboles mecidas, suave, muy suavemente, el viento de aquella hora me trajo de nuevo, con el sonido de una radio que se escapaba por la ventana de una casa, todas las serenas emociones del día: la voz de Pepe Domingo Castaño resumía con un cierto aire poético la jornada, mientras sonaba de fondo una canción que no perteneció a mi mundo íntimo hasta muchos años después, era “Ware wonderful world” y, en aquel momento, el aire que llenaba mis pulmones me produjo una sensación de plenitud que, después, muy pocas veces he sentido.

          Yo, entonces, no era capaz de poner nombre a aquellas sensaciones; ni siquiera, seguramente, de distinguirlas claramente hasta que, con el tiempo, las palabras fueron llegando para hacerlo. Sin embargo, cuántas cosas sabemos de alguna forma desde el principio. Cada vez tengo más la impresión de que lo sabemos todo desde el inicio y de que, en gran parte, la vida no hace más que ir poniendo nombre a las cosas, a las ideas, a los sentimientos que siempre estuvieron ahí y, a veces, nos va dando también el valor necesario para ir reconociéndolos y encajándolos en ese “yo” que vamos construyendo poco a poco."

Comienza la liga (III)

Aquel domingo era la primera jornada de una nueva liga de fútbol. Durante la tarde, mientras jugaba con mi hija de apenas seis meses, el sonido de los goles en la radio, al fondo, me despertaba intensamente toda la inocente emoción con que yo esperaba la sensación que, de niño, ansioso, me despertó siempre aquella primera jornada después de un verano sin partidos. Luego, con las luces adormecidas de un anochecer incipiente, fui paseando mi hija en su carro a la freiduría. En esos momentos sentía una de esas expresiones de inequívoca felicidad que uno tiene tan pocas veces y que, tan pocas veces, uno tiene la certeza de compartir con alguien. Entonces, pasando bajo las altas hojas de los árboles mecidas, suave, muy suavemente, el viento de aquella hora me trajo de nuevo, con el sonido de una radio que se escapaba por la ventana de una casa, todas las serenas emociones del día: la voz de Pepe Domingo Castaño resumía con un cierto aire poético la jornada, mientras sonaba de fondo una canción que no perteneció a mi mundo íntimo hasta muchos años después, era “Ware wonderful world” y, en aquel momento, el aire que llenaba mis pulmones me produjo una sensación de plenitud que, después, muy pocas veces he sentido.

          Yo, entonces, no era capaz de poner nombre a aquellas sensaciones; ni siquiera, seguramente, de distinguirlas claramente hasta que, con el tiempo, las palabras fueron llegando para hacerlo. Sin embargo, cuántas cosas sabemos de alguna forma desde el principio. Cada vez tengo más la impresión de que lo sabemos todo desde el inicio y de que, en gran parte, la vida no hace más que ir poniendo nombre a las cosas, a las ideas, a los sentimientos que siempre estuvieron ahí y, a veces, nos va dando también el valor necesario para ir reconociéndolos y encajándolos en ese “yo” que vamos construyendo poco a poco."

martes, 22 de agosto de 2023

Comienza la liga (I)

 El pasado fin de semana comenzó la liga y, como cada año en estas fechas, siento mariposas en el estómago y me da un vuelco el corazón cada vez que oigo este anuncio en algún medio.

Es cierto que, con los años, uno va perdiendo la inocencia imprescindible para entusiasmarse con el fútbol como lo hacíamos cuando éramos niños o adolescentes; pero fue tan intensa la vivencia entonces que es difícil no revivir, en estas fechas, algunos de aquellos inicios de temporada que, por lo que fuera, se quedaron grabados de una forma definitiva en nuestro ser.

Revive en mí ahora la emoción de tres momentos muy distintos: en el más antiguo, estoy en el campo con mis padres. He puesto unas piedras que delimitan la pirtería y mi padre me está chutando (bueno, mi padre lleva chutándome, con bendita paciencia, desde por la mañana, mientras mi madre prepara el arroz en el fuego sobre unas piedras.

Detrás de uno de los postes, está la radio (un aparato enorme que era radio-tocadiscos y funcionaba a pilas, un aparato que debió salirnos muy bueno porque lo recuerdo pegado a mí, dentro y fuera de la casa, durante toda mi infancia).

En la radio, suena la voz de Vicente Marco dando paso a los distintos estadios. Recuerdo este día y me sube del estómago un sabor agridulce, mezcla de la alegría por la vuelta del fútbol y de un sabor a angustia que tiene que ver con la inminencia de la vuelta al cole y con el vacío que me produce que se juegue un único partido, a las seis de la tarde, ese día. Que tiene que ver con la falta de pitidos en la radio anunciando goles en uno y otro estadio a esa hora. Juega el Valencia de Quino, Valdez, Sol, Claramunt, Antón,... Debe ser el año setenta y poco. No recuerdo el equipo rival, pero desde luego no es un grande. Me ahoga el sonido de los indicativos sonoros del gol de una forma huérfana, aislada, en un único estadio habitado en medio de otros desiertos a lo largo de todo el mapa. Ha vuelto la liga, pero echo de menos el ritmo vertiginoso de la coincidencia de todos, o casi todos, los partidos a la misma hora. Sé que llegarán la semana próxima, el domingo próximo; pero esa espera, al niño que soy entonces, le parece una una espera eterna, excesiva, inabarcable para su tierna emoción.


Comienza la liga (II)

 Me asalta ahora otro inicio de liga. En esta ocasión, es sábado, sábado por la noche, es el cuatro de septiembre de 1976. Yo tengo catorce años y mis padres me han hecho socio del Sevilla F.C. Mi equipo es el Athletic de Bilbao, pero lo que a mí me gusta de verdad es el fútbol. Voy al partido solo, acompañado en el autobús de mi pueblo por muchos aficionados a los que no conozco, que van también al partido. Para mí es emocionante ir por primera vez en mi vida solo a Sevilla, ir por primera vez solo al fútbol, sentirme envuelto, en el camino al estadio, en una marea humana que canta, que sonríe, que se saluda, aun sin conocerse; una marea roja y blanca de bufandas, de camisetas.

Al llegar al campo, me impresionan los focos iluminando el rectángulo  verde y el penetrante olor a hierba recién cortada que sube con la humedad de las primeras horas de la noche de septiembre. Tímidamente, voy sumándome a los cánticos hasta que siento mi voz diluida en la de todos, fundida con la de todos a modo de coro.
Es el debut de Héctor Scotta con el Sevilla, un futbolista que dicen que dispara con una fuerza inusitada, lo que entusiasma a la grada desde su salida al campo, aunque este día haya fallado un penalti. El partido termina 0-0 y, de regreso, me siento embriagado por las conversaciones del autobús, por las luces de la noche en la capital, tan desconocidas aún para el niño de pueblo que soy.
De vez en cuando, me sigue viniendo, asociada a ese día, la emoción de sentirme mayor por primera vez en mi vids, solo, en medio de lo que parece el mundo de los mayores. Este día, incluso tomar la decisión, en el descanso del partido, de qué tipo de bebida elijo para no ahogarme con el bocadillo de tortilla que mi madre me ha preparado me hace sentirme orgulloso.
Aquella noche, al llegar a casa, me hacía sentir lleno, también, notar que yo concitaba el interés de todos mientras les contaba el partido, mientras les contaba el camino, mientras repetía algunos lugares comunes que había oído a los que me rodeaban detrás de la portería de gol-sur.
Aquella noche, en la cama, con mi radio-tocadiscos rojo bajo la almohada, estuve oyendo, muy bajito, el resumen de la jornada, reviviendo cada instante del partido ... y me quedé dormido, aunque no recuerdo bien en qué minuto del mismo lo hice. Lo que sí recuerdo es la sensación de plenitud que tenía aquella noche, la sensación de plenitud que siempre asociaré a aquel partido, a aquel día.
El tercer inicio de liga que tengo grabado ocurrió siendo ya mayor. Se había estrenado aquel domingo la liga y yo me había estrenado como padre hacía apenas seis meses. Ya los partidos habían finalizado todos.

miércoles, 31 de mayo de 2023

Junto al mar, parece tan fácil la vida...

 Estoy sentado frente al mar, viendo el mar, oyendo el mar, sintiéndome acariciado, mecido  por su brisa y por el sonido de sus olas.

Allá al fondo, el agua se desborda hacia un precipicio de cielo y bruma. Los islotes descansan  como inmensas ballenas perezosas que flotan inmóviles. Unos pocos barquitos se balancean suavemente una y otra vez, rítmicamente, con una movimiento que se repite, pero que nunca es el mismo. 

Me gusta el mar; creo que es mi medio natural. Me gusta observarlo, sentirlo, sentirme en él. Pero también me gusta ver a la gente que pasea junto a él; sin prisa, sonriente. Van caminando despacio, como contagiados de su cadencia. Unos de la mano, otros con las manos en los bolsillos. Van girando la cabeza, mirándolo de vez en cuando. No hace falta más, lo oyen, lo sienten, está en ellos, incluso en los que no lo advierten. Gente que camina sola, jóvenes con niños, personas muy mayores que parecen, al menos por un momento, reconciliadas con el mundo,... 

Junto al mar, parece tan fácil la vida...

domingo, 7 de mayo de 2023

Caballo en lienzo.

Estoy trasladando mi habitación de estudio y, entre los papeles que tenía guardados en los pliegues del tiempo y el corazón, aparece un lienzo.

En este lienzo hay pintada una cabeza de caballo. Los trazos son infantiles, aunque con una inusitada seguridad para los seis años que tenía mi hijo cuando los trazó.
Al cogerlo, reviven en mí su carrera para dármelo antes de salir de casa, sus palabras tímidas de niño: "pónselo al abuelo", la nebulosa acuosa con que la emoción acompaña esos momentos y el abrazo que nos dimos.
Cuando acaricio este lienzo ajado, mucho más por sus circunstancias que por su tiempo, tiembla en mi mano de nuevo la emoción al dejarlo dentro del ataúd de mi padre y la emoción al recogerlo, pasados los años, cuando lo sacamos para incinerarlo y despedirnos de lo que fue su cuerpo la última vez.
Al recuperarlo, se lo di a mi hijo de nuevo: "ten, es tuyo, es vuestro, ¿recuerdas?". No fue capaz de mirarlo. "Quédatelo tú, por favor"
Confío en que los años hagan su trabajo y él sea capaz de disfrutar la emoción que hoy es tan intensa que produce un dolor insoportable.

domingo, 26 de febrero de 2023

Domingo por la mañana.

 Salgo este domingo por la mañana y me alegra disfrutar del sol tibio que empieza a calentar por La Plazuela, después de misa.

Me alegra ir al fútbol, a ver el Alcalá, que juega hoy a las 11 en la Avenida Santa Lucía. Avanzar hacia el estadio entre la gente, sentir la alegría compartida de todos, la alegría ilusionada que hace mirarse a todos con complicidad, con la esperanza de que hoy ganará el Alcalá. El olor del césped reciéncortado, reciénregado. Los sonidos del estadio: aquí no hay cánticos como en primera división, pero sí se jalean las alineaciones, se aplaude al salir los jugadores, se aplaude al acercarse el equipo al área rival, se grita en los goles.

Hay alguna banderita, pero son pocas y no hay bufandas ni pancartas. Si te fijas bien, en la ropa de los aficionados, sobre todo en la de los que no van a tribuna, se nota mucho que no estás en la capital, que el partido es de regional. A veces,  me llama la atención un grito insultando al árbitro desde la grada y cómo ese grito es seguido, es coreado por la masa. Como somos menos que en un gran estadio, se puede apreciar la cara roja del que inició esta parte de la función... y en su cara, como en su ropa, a veces, también se nota que el partido es de regional.

Vuelvo del partido a casa disfrutando de este brillo especial que da a la calle el sol del domingo a eso de la una o la una y media, cuando la gente sale a los bares a almorzar o a tomarse una cerveza antes del almuerzo en casa. Son fragmentos en color y con música de fondo que se cuelan en una semana en blanco y negro con letanías de fondo.
Voy entre gente que va disfrutando de este mismo encantamiento que ejerce sobre nosotros este momento mágico de la semana, quizás porque pronto llegará la tarde del domingo y ya sólo nos quedará el consuelo de los goles de carrusel para atenuar el regusto un tanto amargo del final del domingo. Pero noto cómo he perdido la inocencia de otros tiempos, la inocencia del niño que se entregaba a los placeres del momento completamente, sin observarlos desde fuera, del niño que disfrutaba de todo lo embriagador del domingo por la mañana y a medio día, que notaba cómo le iba subiendo por las piernas, desde los pies, por el estómago hasta la garganta,  esa punzada del final del domingo. Es hermoso volver a sentir todo esto, pero echo de menos aquella intensidad y siento que esta emoción que ahora me embarga es una impostora, es algo así como el eco del eco del eco de aquella auténtica emoción que sentía el niño que yo era.

miércoles, 22 de febrero de 2023

Mi hijo se cae

 

MI HIJO SE CAE.

 

Voy paseando solo por un camino que va entre trigales y veo en el recuerdo a mi hijo que viene corriendo a mi lado y se cae. Tiene seis años, seis luminosos años que han estado brillando en su risa toda esta mañana que hemos disfrutado en el campo, en un campo que el tiempo ha dejado en mi memoria como uno de esos fondos permanentes sobre los que ocurren todas las cosas que van llegando después.

Se cae y me enseña llorando sus manos y sus rodillas ligeramente ensangrentadas. Me las enseña con esa cara de pena que contiene el llanto con la que los niños se resisten a que el llanto ponga fin al disfrute del momento.

Esta vez no me funcionan como remedio los besos ni la salivita untada con mimo para limpiar sus heridas. Se me ocurre en ese momento un conjuro mágico que las curará de golpe: -Si eres capaz de correr con todas tus ganas hasta ese árbol de ahí, te dejará de doler todo.

Entonces, se le abren los ojos inmensos por el descubrimiento. –Ponte allí, en el árbol-me dice. Y corre con toda la velocidad de que son capaces sus piernecitas.

Cuando llega, se abraza a mis rodillas y mira hacia arriba con una sonrisa que casi le borra la mueca de dolor. –Ya no me duele, papi. Vamos a coger otra vez la bici.

Y, si no fuera muy cursi, diría que a mí se me escapa una sonrisa que me eriza el vello de todo el cuerpo.

He intentado hacer un poema con este recuerdo, pero mis versos encerraban la vitalidad de mi niño y no eran capaces de seguir sus carreras, sus abrazos. En prosa, sin embargo, sí he conseguido que vuelva a mirarme hacia arriba con esa alegría con que llenó aquel día todo mi espacio hasta el cielo.

Jesús.

lunes, 6 de febrero de 2023

Mi nieto despierta a mi lado.

 Mi nieto despierta a mi lado


Recién-despierto te miro
y siento
como si yo exhalara el aire que tú inspiras.
Como si esa sonrisa tuya,
que apenas se dibuja
por no interrumpir la paz
que en este momento
es imposible
que no sienta la humanidad entera,
fuera mía.

Como si cada gesto tuyo
fuera el mío,
como si cada movimiento mío
naciera en ti.

Nunca como en este instante
sentí
que tú y yo éramos uno;
bueno, no sólo tú y yo.

Nunca como ahora
sentí,
en la masa prescindible de este cuerpo,
la integridad del planeta...
y el alma.

Jesús.