Siento que tu piel respira conmigo
cuando mi aliento te envuelve
y regresa a mi cara.
Siento que tu piel respira conmigo
cuando baja y se eleva
con el calor que me regalas.
Jesús.
Blog literario de Jesús Mejías (epegopo@gmail.com)
Siento que tu piel respira conmigo
cuando mi aliento te envuelve
y regresa a mi cara.
Siento que tu piel respira conmigo
cuando baja y se eleva
con el calor que me regalas.
Jesús.
Quiero estar escrito
con lápiz
en tu vida.
Sabiendo
que tengo que reescribirme
para no ser borrado
por el uso.
Manteniendo al reescribirme
los trazos del pasado
renovados,
siempre iguales
y siempre nuevos.
Quiero que me sientas
siempre
escrito con lápiz
en tu vida.
Con la suavidad
del lápiz,
con la persistencia
del lápiz.
Con la levedad
efímera
de las cosas sencillas,
con la verdad
eterna
de las cosas sencillas.
Jesús.
Anoche tenía sueño
y me eché a dormir mecido por tus palabras
que salían del teléfono para acariciar mi oído, para acariciarme.
Fui entrando despacio, suave, dulcemente,
en una especie de nube que lo fue envolviendo todo
poco a poco.
Las gaviotas me miraban desde la pared
y salieron de sus marcos para acompañar mi sueño,
que no era el mío, que era el nuestro.
Entre sueños te sentía tendida en nuestra cama,
tendida a todo lo largo de nuestra cama,
sonriendo desde ese espacio un tanto distante
en que te sientes tan cómoda,
tan protegida tras de tus ojos, a salvo de todo,
observadora, expectante.
Sonreíamos y nos acariciábamos
mirando, alternativamente,
el vuelo de las gaviotas, el vuelo de nuestras manos.
Después, desperté,
desperté con esa sensación de plenitud que da la belleza,
la belleza del vuelo compartido, del amor soñado tan vivido.
Jesús.
Pasa junto a mí
Antonio con su bicicleta.
Se me queda mirando
como a cámara lenta.
Me mira con serenidad, sonriendo,
con esa serenidad con que sólo miran los muertos.
No supe decírselo antes.
No importa, me dicen sus ojos:
tú no lo sabías, pero yo siempre lo supe.
Compartimos en este instante, en esta mirada,
aquella redacción, toda mi vida,
aquella redacción en la que empezó todo.
Me mira con esa sonrisilla burlona
en la que nada es serio,
en la que todo es trascendente.
Vuelve en bicicleta Antonio,
que se fue para siempre hace ya tanto
y me mira a cámara lenta,
con esa sonrisilla burlona,
con esa serenidad
con que sólo miran los muertos.
Jesús.
Hoy me ha pasado algo
y me sorprende salir a la calle
y ver que el mundo no lo ha notado.
Paso ante la gente,
unos me saludan, otros me ignoran;
como siempre.
Paso ante la gente y no puedo entender
que no vean en mí, hoy, la luz,
la luz que me rebosa, la luz que me desborda.
Y me pregunto
a cuánta gente le desborda hoy la luz
sin que yo pueda verlo.
Jesús.
Hoy me ha pasado algo
y me sorprende salir a la calle
y ver que el mundo no lo ha notado.
Paso ante la gente,
unos me saludan, otros me ignoran;
lo de siempre.
Paso ante la gente y no puedo entender
que no vean en mí la luz,
la luz que me rebosa, que me desborda.
Jesús.
Tus ojos, la luz, tus labios;
tus labios, la luz, el beso...
Me besaste o te besé:
nos besamos...
El aire envolviéndolo todo,
inundándonos todo:
el color, el olor de nuestras miradas;
el color, el olor de nuestras palabras;
el calor del aire tibio dentro
llenándome de ti,
llenándome de ti hasta lo más hondo,
llenándome de ti, cálido, acogedor, pleno.
Jesús.
Tras la puerta desvencijada y horadada,
en una habitación hundida,
está el Maestro Música, mi zapatero.
La zapatería la recuerdo en silencio,
en silencio y a oscuras, como un templo.
La zapatería era una habitación muy pequeña
se llegaba a ella, bajando unos escalones.
Y allí abajo, entre montones ordenados
de zapatos, sentado con su delantal azul,
estaba el maestro.
Veo desde la luz, desde mi juventud,
a este hombre al que admiro tanto,
en ese pozo de oscuridad.
Se mezclan en mí, al verlo,
melancolía y admiración
por cómo su mera presencia
da vida a este pozo, convierte
en pozo de sabiduría este agujero.
De su boca van saliendo
palabras que yo jamás había oído:
melómano, percusión, instrumento de viento,
Bach, Mózart, director de orquesta.
Sigo oyendo en mi memoria, extasiado,
la voz del maestro durante horas,
como aquel niño sobrecogido,
emocionado mientras lo escuchaba hablar.
Oyendo al Maestro, viéndolo trabajar,
descubro el entusiasmo
ante todo lo que está bien hecho, bien contado,
gracias a la vida, a la tranquila pasión,
a la humanidad que rebosan
las palabras de este hombre.
Él no tenía el tono expansivo,
el ritmo narrativo de Manolo el de El Barco
esa capacidad suya de revivir las historias.
El maestro era pequeño y menudo,
con esa forma de silla que adquiría
su cuerpo sobre el taburete,
con la cabeza siempre gacha,
mirando el trabajo mientras hablaba
por esos ojillos pequeños.
El Maestro, lo era en el tono íntimo,
en el amor que te daba mientras hablaba,
en el lirismo sencillo y tosco
de ese hilo de voz aflautado
que salía de su pequeña humanidad.
Jesús.
A veces, llegas, inundando mis manos,
con la plenutud del hallazgo.
Otras, el mero intento me trae
la alegría de haberte buscado.
Se abrazan en la pantalla y el papel
pensamientos sentidos a tinta lenta,
sentimientos pensados en carne viva.
Abrasa mis horas la intuición de la forma,
calma mi sed volver a la idea.
Una noche más, regreso a la cama
con la certeza de volver a buscarte mañana.
Jesús.
Un humilde bodegón mueve
las finas alas del tiempo
latiendo en la pared
de la cocina de la abuela
desde hace siglos.
Va marcando, inalterable,
el ritmo de nuestras vidas,
acompañando el devenir
de todos nuestros momentos.
Nunca fui tan feliz
como abandonado a su fluir pequeño.
La abuela ya no está, pero sigue
ahí colgado el mismo sonido
que siempre la acompañó,
que acompañó siempre a la casa.
Jesús.
Pasea delante de mí,
camina con las manos detrás,
lenta, muy lentamente.
Lleva una gorra. Desentona
en él la publicidad de una gasolinera.
Se va encorvando cada vez más
su orgullosa figura, sus enérgicos pasos.
¿Qué busca allá, en la lejanía,
desde la acera elevada?,
una mano seria sobre los ojos,
otra tras de su espalda ajada.
Es como si ya no temiera,
él que tanto corrió,
ser alcanzado por el tiempo,
como si, ya sobrepasado hace mucho,
nos mirara flotando desde fuera,
con la tranquilidad de estar,
ya para siempre, a salvo de ser arrasado.
Jesús.
Hoy he visto gestos hermosos
entre algunas personas que no conocía...
y lo necesitaba.
Y es que hoy necesito que mi pluma rescate
lo mejor de todo esto:
no la esencia prístina, animal, de lo humano;
no, hay mucho dolor ahí, mucho egoísmo,
algo muy feo.
Necesito que rescate mi pluma...
que rescate un instante noble,
inocentemente noble, ingenuamente noble
que me devuelva a ese centro
desde el que casi todo es hermoso.
Después de cerrar el periódico, de leer
algunos comentarios feos de gente anónima
en mi teléfono móvil, de ver
pandillas de niños tratándose como animales,
necesito confiar en los gestos sencillos
de personas que no aspiran a ser
heroicamenre distintas, egoístamente indistintas.
Jesús.
Ayer, mi mujer y yo nos besamos
mientras íbamos por la calle.
Fue un beso sencillo, espontáneo, en la mejilla.
Alguien que se cruzó con nosotros
nos sonrió y nos dijo: "gracias".
Fue un gesto raro, raro y hermoso
el de este hombre al que no conocíamos.
A veces, no es necesario encontrar explicación,
sólo dejarse abrazar por las cosas hermosas
que nos viven en la calle una mañana cualquiera.
Jesús.
Pasea delante de mí,
camina con las manos detrás,
lenta, muy lentamente.
Lleva una gorra, desentona
en él, la publicidad de una gasolinera.
Se va encorvando cada vez más
su otrora orgullosa figura,
sus enérgicos pasos.
¿Qué busca allá, en la lejanía,
desde la acera elevada?,
una mano seria sobre los ojos,
otra tras de su espalda ajada.
Es como si ya no temiera,
él que tanto corrió,
ser alcanzado por el tiempo,
como si, ya sobrepasado hace mucho,
nos mirara flotando desde fuera,
con la tranquilidad de estar,
ya para siempre, a salvo.
Jesús.
Una luz blanca traspasa mis párpados
cerrados, vueltos al cielo.
Pesa sobre mis piernas
el suave calor de mi gato.
Me gustaría poder decir que ahora
siento cómo floto
que me siento suspendido en el aire,
pero lo cierto es que sólo estoy
sentado en una hamaca apolillada
bajo el cielo de mi casa de pueblo.
Jesús.
La luna ofrece un manto blanco
en la caída de la noche
al último maullido de mi gato.
Se va tras él, diluido en un aire eterno
que sentiremos siempre cerca,
siempre dentro.
Sé que debe pasar un tiempo
para poder modelar adecuadamente
un dolor tan intenso con las palabras,
pero hoy era demasiado evidente
esa llamada al infinito
como para ignorarla.
O quizás sólo sea
mi necesidad de desahogo
la que es, ahora, demasiado grande.
Jesús
Y entonces sentí
una furtiva caricia tuya.
No era una tarde cualquiera,
dejó de serlo
en aquel precioso instante.
Jesús.
Aquí, cogido de tu mano,
en la cama, aún tibia,
te siento patir y me veo,
impotente,
entre mi sombra y tu cuerpo.
Me siento solo
en medio de los otros.
Siento el sinsentido de mi vida,
el sinsentido de la vida.
Me siento extraño
en un mundo sin ti.
Aquí, cogido de tu mano,
en la cama, aún tibia,
te siento partir y me veo,
impotente,
ante tanta soledad.
Jesús.
Veo mi vieja caravana y me recuerda
que hubo un tiempo en que yo apenas tenía
nada, o casi nada,
es decir, lo suficiente para ser feliz.
Veo mi vieja caravana y me recuerda
ríos, montañas, pinos, playas,
paseos en bicicleta por la arena virgen
de infancias que para mí serán siempre eternas.
En sus literas, aún duermen conmigo mis hijos
señalando la luna reflejada en el agua.
Aún oigo los cuentos inventados
a la luz de unas pizzas bajo las estrellas.
A la sombra de un pino ya deshecho
nos protegió del sol, del agua, del viento
alojó nuestro descanso y
cobijó nuestro amor.
Veo mi vieja caravana y siento
toda la ternura con la que me mira.
Desde sus ejes gastados, desde su avance ajado,
resbala una gota de rocío por los cristales
que un día fueron brillantes, que el tiempo ha opacado.
Jesús.
He intentado escribir un nuevo poema,
y me ha salido
el mismo poema de siempre.
Otros quizás no lo lean,
pero yo veo
tras las mismas ideas, tras los mismos latidos
sólo palabras desordenadas.
En ocasiones, es cierto,
late en la mano una emoción,
Ilumina una idea al papel
y llega entonces la tinta
para fundirlas justo a tiempo.
He intentado escribir un nuevo poema
en vano otra vez, y es que,
acaso, éste no llegue porque no sea
este hermoso oficio de ordenar,
con las palabras, las cosas
más que el juego de probar, una y otra vez,
de probar a ordenarlas.
Jesús.
Como casi siempre que me llega
esta vaharada de café humeante
que la cocina ahora me regala,
se mete dentro de mí con ella
la emoción que me produce
revivir aquella tímida sonrisa infantil
con la que me traías, ofrenda humilde,
tu primer intento de hacerlo.
Jesús.
Un mundo se destruye entre mis manos
en las páginas que se deslizan por mis dedos.
Mientras, ante mis ojos,
la luz de la primavera brilla
en las hojas de un olivo casi reciennacido.
Me siento dividido en dos:
sufro impotente ante las letras que corren
despavoridas entre cadáveres familiares;
me diluyo en la brisa suave que danza
con los brotes tiernos de este aceite prometido.
Me levanto abrazado a unos personajes
que me conmueven con su dolor
y paseo con ellos por este modesto paraíso,
como si quisiera recompensarlos
con este regalo que el instante me ofrece.
Jesús.
Un día luminoso. "The lady of Shalott".
A Loreena McKennitt,
a Ramón Trecet,
a mi hija recién nacida.
La luz de un medio día luminoso
de invierno, después del trabajo;
la paz del reencuentro
con el bebé que,
sólo unas semanas antes,
me hizo padre, sabio en amores.
Entonces, arrebujada
con la danza suave de las curvas,
en la radio, la voz lenta y profunda
de Ramón fundida con la magia
de Loreena y su canción.
Pocas veces la luz del sonido
me llegó tan dentro.
Jesús.
No sé si fui hijo del amor,
hijo del deseo de tener un hijo,...
O si sólo fui hijo del deseo,
del deseo de tener un orgasmo.
Pero, ante esta duda, me gusta soñar
que fui hijo de algo hermoso.
Jesús.
Te estoy aquí llamando:
por favor, ábreme
tu cuerpo de par en par,
aunque sea en un beso,
en un abrazo, una caricia.
Te estoy aquí llamando:
por favor, ábreme aunque sea
el calor de tu palabra, de tu sonrisa,
aunque sea la luz de tu mirada,
el vuelo de tu pelo, el roce de tu sombra.
Jesús.
Algunos fueron hijos del amor,
algunos fueron hijos del deseo
de tener un hijo,...
Otros sólo fueron hijos del deseo
de tener un orgasmo,
pero, ante la duda,
es bonito soñar que fuimos hijos
de algo hermoso.
Jesús.
¿Quién es el yo que escribe
con mi mano, con mis ojos,
robándome las palabras?
No es el que compra el pan
por la mañana temprano,
ni el que bromea con mi mujer
o juega divertido con mis nietos.
No es, desde luego,
quien se huelga haciendo deporte,
quien sobrevuela en las charlas de café
o se acuesta intrascendente con la radio.
¿Quién es el yo que escibe,
ése al que le doy, cada día un rato,
el teclado para que no tome mi voz?
Jesús.
A veces,
cuando se cruzan dos líneas
en el espacio o en el tiempo,
se producen momentos mágicos.
Jesús.
Caminante,
no es fácil el camino, a veces.
A veces, estoy desorientado,
no entiendo las señales
y no encuentro las que quiero dar.
A veces se empina, se bifurca
y no sé bien qué me trajo aquí
ni hacia dónde debo ir.
Pero, entonces, una palabra,
una caricia, una sonrisa
lo iluminan y ayudan a continuar.
Y es que quizás, como dijo aquel,
no haya camino que buscar, quizás
sólo se trate de andar.
Y, en el andar, es cierto, basta
un soplo de brisa un día, la luz del sol,
aquella sonrisa, aquella caricia, aquella voz...
Jesús
Me trajo a ti la vida.
El trabajo, el azar,... la vida.
Me ancló aquí el mar.
Cientos de amaneceres en chándal
antes de ir a trabajar,
cientos de cafés ante las olas,
paseos a cientos; lecturas, en mi roca,
...
Todas esas cosas me anclaron a ti,...
la vida me ancló a ti.
Y la pureza de sentir
que aquella ingenuidad me regaló
en una tarde de viernes con amigos,
en una mañana de domingo y mar,
en una noche que me creí Dios,
...
Esas cosas, todas esas cosas
me devuelven, a veces, a ti
Cuando miro a mi hija,
hija de todo aquello, hija de allí,
a mi hija, hija también de ti,
revivo tus amaneceres, mis paseos,
mis lecturas, aquellos cafés,...
Revivo amigos, revivo domingos y,
un poco, revive Dios en mí.
Jesús.
A veces,
cuando se cruzan dos líneas
en el espacio o en el tiempo
se produce, fugazmente, la magia.
Jesús.
Y sigue ahí la luna, indiferente,
desafiándome de nuevo,
desafiándome a un nuevo verso,
uno que descubra, al fin, su esencia,
que descubra la razón de su frialdad infinita,
una esencia que tal vez no exista,
una razón que tal vez no haya.
Jesús.
Y el olor de la hoja
de un naranjo en la calle,
me devuelve esta felicidad
doblada entre mis dedos
que yo creía perdida.
Jesús.
En la parte alta de la ciudad,
un antiguo monasterio y su cementerio,
un enorme prado entre sus muros
se transforma en jardín allá a lo lejos.
Cuánta paciencia trajo el mundo hasta aquí,
cuánta humildad inconsciente,
lluvia a lluvia, sol a sol,
trajo estos prados hasta hoy.
Cuántos años depositando
una piedra sobre otra piedra
para esta emoción mía presente.
Imensidad de silencio, de piedras, de años:
la soledad, aquí, me hace sentir
la pequeñez humilde de nuestras vidas particulares.
Jesús.
Veo mis dedos danzando ágiles,
de letra en letra, modelando
el ritmo de mis emociones.
Mis dedos saltarines
se vuelven voluptuosos cuando
hacen bailar mis sentimientos
Jesús.
Este olor a café
de la mañana,
el calor de esta hogaza de pan,
este despertar del
sentirse vivo cada día,
justifica, a veces,
el dolor de las manos y
el sudor de la frente.
Jesús.
A mi mujer,
a sus ojos, a sus oídos,
que me recuerdan cada día
la importancia de estar vivo.
Jesús
A mis padres,
que siguieron en mí
el largo viaje de los tiempos.
A mis hijos,
que me permitieron cumplir
mi compromiso con la vida.
Jesús.
Cómo ver en ruinas esta casa,
estos techos deshechos
sobre la cama en que nací,
si sigue la higuera en el centro del patio
en el que me vio la luz por primera vez.
Cómo ver en ruinas esta casa
que me sigue regalando
el calor y el olor del primer día.
Jesús.
Y esa necesidad de inventarse,
hoy de nuevo,
una suerte de inmortalidad,
como cada día, para resistir.
Jesús.
La marea de las palabras,
el vaivén de acentos y sílabas
mece y adormece mi sentido.
La luz, ¿dónde se fue?
¿Tras de qué ola se escondió el sol?
Vuelve, esencia, idea pura,
sentido último y primero,
razón por la que escribo.
Jesús.
Anoche, hicimos el amor
y una tormenta inmensa
arrasó nuestro refugio en el campo.
Paredes en el suelo, socavones
por los que se nos escapaba el alma.
Entonces,
nos miramos, sintiendo,
allí en medio,
que hacíamos el amor con las manos cogidas.
Jesús.